sábado, 30 de julio de 2011

La (des)aparecida

Se habían presentado diversos problemas con el cierre diario, por lo que no tuve más opción que quedarme hasta resolverlos todos. Cuando salí del banco mi auto era el único que todavía esperaba en el estacionamiento. Arranqué. Pocos minutos faltaban para las tres de la mañana cuando agarré Mariscal López. La avenida lucía anormalmente oscura y solitaria. Vi el motivo: los faros del alumbrado público estaban ciegos. Asunción se me antojó una ciudad a la que por alguna amenaza de desastre natural hubo que abandonar a los apurones. Estaba también el silencio glacial.

Conduje despacio, en dirección a Luque -vía San Lorenzo- y fue entonces que la vi. Estaba sentada en la vereda del Cementerio de la Recoleta. Llevaba un inmaculado vestido blanco y los cabellos negros y largos. Iba haciendo ese gesto con el dedo pulgar, la seña para "pedir carona", como dirían los brasileños, el gesto que significa "llevámena". No teniendo nada que perder, me detuve. Ella subió. Dijo llamarse Rocío y que también iba a San Lorenzo. A pesar del gran frío que reinaba, aparte del vestido no llevaba otra cosa que una blanca bufanda al cuello.

Seguimos el camino en silencio. Su piel se me antojaba demasiado blanca o era quizá debido a los reflejos de su vestimenta. En las cercanías de la Universidad Nacional, me agradeció el viaje y me indicó cuál era su casa. Bajó del auto. Me despedí y llegué a Luque en menos de tres minutos. Al apagar el motor, vi su bufanda blanca al costado del asiento. "Listo! Una señal para Romeo", me dije y reí un poco.

Cuando salí de la oficina al siguiente día, detuve el auto frente a su casa. Con los nudillos de mi mano derecha golpeé la puerta. Pregunté por Rocío; la señora que me atendió se identificó como su madre. Le entregué la bufanda blanca y le conté las circunstancias por las que había llegado a mis manos. La mujer me miró con unos ojos que parecían de susto o de lástima o quizá fueran de rabia.

Sólo cuando me gritó -como si yo fuera el culpable- pude concluir que la mirada era de rabia:

--Añarakópeguare! Ya otra vez me hace lo mismo: hace dos días que salió a farrear y todavía no volvió esa bandida.

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