jueves, 30 de julio de 2009

Ultimo recurso

Ilene es una veterinaria brasileña y está en plena tarea. El paciente actual es un perro, un pastor alemán viejísimo y enfermo. Ella debe aplicarle la eutanasia. Prepara la inyección. El líquido mortal ya está aprisionado en la jeringa; pronto entrará en contacto con la carne canina.

Todo está listo. Con la jeringa en la derecha, Ilene pone la mano izquierda sobre la piel del animal y de pronto algo sucede. El perro despierta de su somnolencia de muerte y, con unos ojos que reflejan el infinito, mira a Ilene y mueve la cola con alegría. Y la mano derecha de la veterinaria detiene su curso de colisión. La jeringa se horizontaliza sobre una mesa e Ilene va a la habitación contigua. Hay otros asuntos que requieren atención.

Y así el ave de alas quebradas recibe su revisión, y el diabólico gato malcriado su porción de carne. Pero la ronda acaba muy pronto y es preciso volver a lo que quedó pendiente. Ilene va para la habitación del pastor alemán enfermísimo y viejo y en su cabeza sólo hay una súplica: que no vuelva a mover la cola.

La jeringa entró, lisa, bajo la piel. Ningún músculo protestó.

lunes, 13 de julio de 2009

MOSQUITOS

Manotazos de aquí para allá que dejan una mortandad de mosquitos, manchas de sangre estampadas contra las paredes como pinceladas de arte abstracto. Alas, agujas hipodérmicas, patas y todo el aparato de zancudos revueltos en un caos.

El mosquito es con seguridad uno de los animales más odiosos. Y no sólo por ser vector de innumerables enfermedades. Su detestable condición radica más bien en que lo suyo es artero. Espera pacientemente colgado de las vigas del techo, camuflado en la cómplice oscuridad de las vigas, aguarda a que el humano sea vencido por el sueño, y entonces se arroja, aguja hipodérmica en ristre, con su incordiante sonido de cazabombardero en picada.

Colocación de las patas, elección de una zona sabrosa e inyección de la puntiaguda lanza de succión sanguínea. El humano, atrapado en el enmarañado ysypo de un profundo sueño, no puede ya defenderse, su aparato sensorial está anestesiado, disminuido. Algún movimiento involuntario, producto de una pesadilla atroz, de esa caída de una altura inconmensurable o de ese "perder pie" que muchos dicen que es el retorno del alma al cuerpo luego de su viaje por el plano astral, hará que el mosquito abandone su labor momentáneamente y busque resguardo en la pared más cercana, o en el borde de la cama.

Posición vertical, las patas aferradas a la madera para burlar a la gravedad. Todo es simplemente esperar a que la víctima vuelva a su quietud mortuoria, que al fin y al cabo el sueño es una pequeña muerte, dormir es ir pagando por la vida en interminables cuotas, hasta saldar el préstamo con la extinción. De nada vale la oscuridad, no logrará confundir al insecto enemigo, el zancudo tiene sensores que detectan el vapor de agua y el calor. Los mosquitos tienen algo de modelos de alta costura. El cuerpo flaco, estilizado hasta la casi anorexia. La habilidad de succionar sangre. Un chillido horrendo y molestoso. Las comparaciones podrían seguir, pero no será éste el texto que las agote.

Lo vemos nuevamente colocado sobre el brazo izquierdo, acomodándose, apartando los pelos del sujeto elegido. Succión. Armoniosa sintonía con el torrente sanguíneo. Succión. Glóbulos rojos, blancos y plaquetas. Succión. Hasta el hartazgo. Mosquitos, aviesos vampiros diminutos, hemofílicos impacientes que obtienen sus transfusiones a la fuerza.

miércoles, 1 de julio de 2009

VIGENCIA DEL TEATRO GRIEGO

El martes 30 de junio de 2009 tenía un vuelo a las 8 de la mañana para viajar de Dakar hasta Yamena. De la capital de Senegal a la capital de Chad, con escalas en las estaciones aéreas de Bamako (Mali) y Addis Abeba (Etiopía). Ya antes de las 6am me encontraba deambulando por el aeropuerto de la capital senegalesa. No era cuestión de arriesgar, sobre todo tratándose de Ethiopian Airlines, cuyo proverbial amateurismo me había ya infligido un par de aviesas jugadas en el pasado reciente.

El aeropuerto estaba superpoblado, pues en horas vecinas estaban cronogramados vuelos de South African Airways y Air Ivory. Localicé la interminable fila que correspondía a Ethiopian Airlines e inicié el tedioso acercamiento en slow motion al mostrador.

Estaban por dar las siete cuando me hubo llegado el turno. Presenté el pasaporte, el billete electrónico y la autorización de entrada al país (que me había sido enviada vía fax por la sucursal de Chad de la empresa para la que trabajo). Billete aéreo bien. Pasaporte bien. Autorización... Con una seguridad sin agujeros la funcionaria de la aerolínea me dijo que no podía dejarme ir con ese papel, que la oficina de Ethiopian en Chad debía haber enviado un mensaje de correo electrónico con mis datos, aparte del papel que tenía en mis manos. No hubo forma de convencerla. Esta vez ni siquiera se trataba de mostrar algunos de esos billetes verdes que poseen la nada desdeñable habilidad de convertir la cara de un no en un rotundo sí.

Teníamos una hora de diferencia con Yamena. Llamé a mi contacto de la sucursal en Chad de la empresa que me emplea. Su voz manaba desde el otro lado de la línea, pero por el modo en que fluía parecía más bien provenir desde el otro lado de la vigilia, una comunicación directa con el mundo onírico. La señal de telefonía celular GSM mezclada con las ondas theta de su cerebro aún en somnolencia. Eran casi las ocho de la mañana en Chad. Mi contacto me dijo que trataría inmediatamente de localizar a la gente de Ethiopian Airlines, porque la oficina no abría sus puertas sino hasta las 08:30 hs.

En el antiguo teatro griego se hacía uso de un recurso llamado -más tarde en latín- deus ex machina. Literalmente: el dios que desciende de la máquina. Se daban las situaciones en la obra, se planteaba el conflicto, el héroe estaba a punto de ser traspasado por una espada y de súbito aparecía en escena una deidad y resolvía rápidamente las situaciones trágicas y complicadas casi siempre de modo favorable al héroe. Se llamaba a ese recurso deus ex machina porque la deidad estaba montada sobre una suerte de máquina llena de poleas que le permitía desplazarse y simular vuelo. Recuerdo empleos repetidos de esta técnica tanto en La Iliada y La Eneida.

Pero volvamos de la digresión. Ante el murmullo creciente de las personas que estaban detrás de mí tuve que abandonar mi lugar en la fila por la falta de esa autorización. Alguien en la sucursal de Chad se olvidó de enviar un documento y ese e-mail de Ethiopian Chad no llegó a Ethiopian Senegal. Fui a sentarme un rato. Me puse a hojear con inocultable fastidio un libro de obras maestras del relato breve que ando arrastrando por este continente desde hace ya un buen tiempo. En la distancia vi al comisario de vuelo y volé a alcanzarlo. Le mostré mis papeles. El hombre estaba ya enterado de mi situación.

Con una voz que no ocultaba su alegría maliciosa me dijo que no me preocupara, que el jueves podía tomar el otro vuelo, que debía ir a la agencia de Ethiopian Airlines en Dakar para cambiar la fecha de mi billete aéreo. Agregó que era ya muy tarde y que el abordaje estaba en plena ejecución. La desazón hizo estragos en mi ánimo. Tenía que quedarme dos días más en Dakar con lo que retrasaría en gran manera el proyecto en el que estaba trabajando. Mi pensamiento fluía por esas latitudes cuando sonó el celular que llevaba en el bolsillo. El que llamaba era mi contacto de la sucursal de Chad. Me pidió que ubicara con urgencia a alguien de la aerolínea.

--Tengo aquí en frente al comisario de vuelo, respondí.

Le pasé el celular. Empezó a hablar en francés. Cierto brillo de malignidad que había aterrizado en su rostro cuando me había dicho lo del próximo vuelo se perdió y se trocó en una especie de resignación, una suerte de amarga aceptación de su lugar verdadero en la escalera jerárquica de la empresa que lo empleaba.

Me devolvió el teléfono. Me dijo que la gente de Ethiopian Chad enviaría el e-mail faltante, que podía sacar mi pase de abordar y me pidió que embarcara aprisa. Hice aceleradamente el check-in; debido a que el avión estaba ya por cerrar las puertas pude sortear las filas de migración y pasé directamente a una oficina donde sellaron mis papeles y antes del minuto era ya el sonriente ocupante del asiento 14J de la aeronave.

Transcribo estas memorias ya desde la calurosa ciudad de Yamena. Estuve a punto de perder el vuelo pero al final todo salió bien y llegamos incluso una decena de minutos antes de lo previsto.

Qué grande el teatro griego! La llamada recibida en mi Nokia N73 fue mi deus ex machina.