miércoles, 24 de agosto de 2011

Plata yvyguy

No hubo llamaradas, fuegos fatuos ni perros sin cabeza mostrándose por su patio en las noches sin luna. Cero comunicación. Tampoco puede decirse que Mbusu lo haya buscado conscientemente. Eso de los tesoros enterrados tiene bases históricas en Paraguay: ante el avance sobre suelo patrio de la infame Triple Alianza, los pobladores -antes de huir- enterraban sus pertenencias en cofres, ollas y cántaros, con la esperanza de regresar y recuperarlos, cuando la guerra no fuera ya más que un recuerdo desagradable. Por ello hay tanta riqueza, tanto mineral trabajado por humanas manos, bajo la tierra paraguaya. Hay quienes los buscan afanosamente; leitmotiv de sus vidas. Se los puede ver con sus detectores de oro en ristre, están allí golpeando la mano o tocando timbres en las casas, mostrando mapas y estudios que aseguran al propietario del local una vida de puro lujo, hay promesas de hasta el setenta por ciento en la distribución.

El caso de Mbusu es distinto. El tesoro vino a él. Sin ser pedido. Sin señal alguna. Regalo matutino. Dios ayuda a quien madruga. Cuando se llenó el pozo ciego, no le quedó otra opción que cabar uno nuevo y fue mientras lo hacía que su pala se estrelló contra el cofre de madera. Monedas, brazaletes y cadenillas de oro de la época del Mariscal López se mostraron ante sus ojos. No es posible negar su felicidad, le sobraban motivos para ello. La venta de lo encontrado le proporcionó una jugosa suma, que depositó de inmediato en su caja de ahorro de la Cooperativa Mbokaja Karë.

Y fue en la noche de ese mismo día que empezaron los movimientos en su casa. Puertas que se abren y cierran solas, el fluorescente y su indecisión entre prenderse o apagarse, manos frías que palpan entre lo obscuro, ruidos inexplicables. Un poltergeist pichado y su presencia multimediática. De haber oído el discurso shakespereano de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César, probablemente Mbusu lo hubiera parafraseado: la avaricia del hombre le sobrevive. Pues era obvio que algunas personas tuvieron en vida tanto apego a sus posesiones materiales, que su avaricia podía pervivir todavía más allá del plano físico. Ese era el caso del tesoro que había heredado contra la voluntad de quien le dió entierro.

Mbusu vendió su casa a un cerrista, incluyendo muebles y "efectos especiales".

Shakespeare en el 30 rojo

A no dejarse engañar por el título. Aquí no se cae en el imperdonable anacronismo de asegurar que el inmortal dramaturgo viajara alguna vez en un ómnibus de la línea 30 (de haberlo hecho, hubiera merecido al menos la exención del pago del pasaje y el no ser molestado por los inspectores de boletos). El título viene a cuento de que en el primer semestre de mi vida universitaria, releí muchas obras del cisne inglés, durante la hora exacta que solía demandarme el Luque-Asunción y los otros sesenta minutos del Asunción-Luque. Pasaban las calles y los minutos y las páginas me aislaban de todo, me otorgaban absoluta inmunidad contra los bocinazos, los mercachifles y las salvajadas del conductor con sus alternadas lecciones de vértigo e inercia; contra la realidad que fluía allende las ventanillas, en suma.

No olvido el amago de lágrimas que me infirió el Rey Lear: la escena era esa en la que uno de los príncipes extranjeros decide desposar a Cordelia, a pesar de haber sido ésta recientemente desheredada por su voluble padre. Recuerdo también haber cerrado el libro primero y los ojos después, al acabar la lectura del poderoso discurso de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César.

El goce estético es un bálsamo maravilloso y es también, con seguridad, uno de los principios activos de la panacea universal. Todos deberían entregarse, al menos una vez en la vida, al placer singular de leer a Shakespeare en el 30 rojo.

domingo, 21 de agosto de 2011

El mejor amigo del hambre


El carácter de su perro se había agriado mucho en los últimos tiempos. Cosas de la edad. En su vecindario de Accra, la gente empezó a reclamarle por la conducta del animal, que en sus horas más densas llegó a propinar mordeduras a un vecino y a varios transeúntes. Ya el asunto le había llevado a tener que comprar el silencio de unos y la vacuna antirrábica de otros. Decidió entonces deshacerse del perro.

Afortunadamente para él -que no para el perro- contaba con su amigo Eben, de los Frafra, tribu conocida en Ghana por su afición a la carne canina. A buen hambre no hay can duro. Es consabido que durante los buenos tiempos, el perro propio es una mascota para un Frafra, en tanto que el de los demás es un plato tentador y en los malos tiempos todos los perros son un plato exquisito. Bastó una llamada al celular para que Eben se presentara en su casa. Enseguida, dio rápida cuenta del malhumorado animal, asó su cuerpo y lo colocó en una bolsa arpillera. Agradeció y salió a la calle con su manjar en la espalda. En esa época, la policía capitalina recibía casi diariamente denuncias de robo de mascotas. Gatos, cabras y perros desaparecían de las casas sin dejar rastro. Fue tanta la mala suerte de Eben que cuando pasaba por el mercado, camino a la estación de tro-tros, dos policías le llamaron la atención.

--¿Qué hay en la bolsa, chale?
--Nada, nada.

Los oficiales se acercaron a él. Mostrá qué hay en la bolsa, dijo uno de ellos. Nada, nada, repitió él. La conversación involucionó en gritos. Curiosa, la gente del mercado empezó a hacer un círculo alrededor de la escena. Eben se aferraba a la bolsa negándose a mostrar el contenido, temía pasar vergüenza ante tanto público. En el siglo XXI, las otras tribus no veían ya con buenos ojos el gusto de los Frafra por la carne canina. En un arrebato, uno de los policías se colocó a espaldas de Eben y de un estirón le sacó la bolsa arpillera. Al instante, el uniformado la tomó de la parte posterior y vació su contenido en el suelo. El perro asado cayó muy cerca de los pies de Eben. Las carcajadas fueron generalizadas. Cientos de ojos enfocaron su cara.

--Oh, chale, ¿cómo vas a comer perro?

Con la cabeza gacha, Eben vió a su cena desparramada en el piso. Debido a las virtudes del fuego, la piel del hocico del animal se había contraído, dejando al descubierto los dientes en lo que parecía una sonrisa macabra, una mueca sarcástica con la que también el perro se burlaba de él.

Pequeña herejía diurna


--Vos sos el todopoderoso, te das el lujo de hablar desde incombustibles yuyos hendypáva, hacés delivery de plagas a Egipto y abrís mares colorados. Nde conocidove burro rasëgui. Y ¿qué decir del hijo? Nadie más multimediático que él, vida alternada entre escándalos y milagros, luego aquello de la cruz y el golpe maestro de la resurrección que se robó el rating. Y yo ¿qué? Estólida paloma. Relleno de morondanga. También soy parte de la Trinidad, somos un combo de tres en uno, uno en tres, todos para uno y uno para todos. ¿Por qué tengo que resignarme a papeles secundarios, a ser el eterno actor de reparto? --así se quejó el Espíritu Santo.

--Te tocó dictar las Sagradas Escrituras --dijo la voz, imponente, en respuesta a la divina queja.

--Sí, pero la fama es de otros. Soy un miserable ghostwriter. No puede ser que...

El relámpago y el trueno le dieron a entender que la conversación había terminado.

viernes, 19 de agosto de 2011

Nihil Guaraní maius

Pero dejad al pueblo, si es su gusto
que hable la lengua de la raza ausente.

Nos vemos este sábado, en Puerto Abierto. Más información, aquí.

lunes, 8 de agosto de 2011

Mis letras en LETRAS


La revista española LETRAS ha publicado mi cuento "El cobarde de la línea 31", en su edición de este mes. Se puede bajar el archivo de aquí. Mi texto empieza, casualmente, en la página 31 :)