Mientras Benedetti,
Vargas Llosa o Augusto Roa Bastos nos deleitaban con relatos de chicos jugando
al fútbol, algunos críticos renegaban de la novela El delantero centro fue asesinado al atardecer de Manuel Vázquez
Montalbán, uno de los pocos autores españoles que no se escondió ante la
censura intelectual y declaró ser seguidor del Barcelona, a cuyo estadio acudía
con asiduidad, muchas veces con su amigo el cantautor Juan Manuel Serrat. La mala memoria les pasó factura con el
olvido hasta de poetas comunistas que escribieron sobre fútbol, y ahí está la “Oda
a Platko” de Rafael Alberti... o que este deporte era alabado por los
escritores de la vanguardia antes de la guerra civil española. Incluso estos
pontífices de la intelectualidad olvidaron leer las memorias de Albert Camus
mientras alababan su existencialismo en La
Peste. No recordaban que había sido guardameta de fútbol en Argel y, menos
aún, uno de sus pensamientos más pronunciados hoy en día: “todo lo que sé de la
vida, lo aprendí gracias al fútbol”.
La imbricación de
lo popular en lo culto en la sociedad
actual ha puesto esta relación entre literatura y fútbol en su lugar. También
un pensador puede disfrutar durante dos horas en una cancha. No es un
estigma. Hoy en día proliferan los creadores
que han escrito ficción alrededor del fútbol, y se admira incluso a los
escritores latinoamericanos que lo hicieron, como si hubieran sido
redescubiertos a partir de la antología Cuentos
de Fútbol de Jorge Valdano, editada en 1995, donde figura el paraguayo
Augusto Roa Bastos con el relato “El crack” que analicé debidamente hace muchos
años, mientras algunos de sus exégetas no conocían su existencia. Una antología
titulada “Un balón envenenado” con poemas futbolísticos ha sido uno de los
libros de poesía más vendidos en 2012. Bienvenida sea esta normalidad porque en
el fútbol también se vive y se siente, aunque de otra manera más pasional.
Por atención de
Javier Viveros, en mis manos ha caído una antología paraguaya de cuentos futbolísticos: Punta Karaja. Se trata de un trabajo colectivo de autores en
general jóvenes que no esconden su afición, o aunque no la compartan, como se
aprecia en alguno de ellos, la entienden y la evalúan como una expresión
espectacular de la sociedad. Son once autores, el mismo número que forma una
alineación de un equipo de fútbol, algunos más conocidos como Javier Viveros o
Rolando Duarte, y otros completamente desconocidos. Variedad que demuestra la
amplitud del trabajo, encabezado por un sintético y excelente prólogo de
Arsenio Ñamandú, “Pitazo inicial”, autor de la obra El Punta Karaja como una de las bellas artes, por el significado
del sintagma en la jerga futbolística, el golpe de pelota enérgico y a su vez
el jugarse todo a una sola carta para sumergirse en el vértigo. Acertadísimo
título para unos relatos donde los autores arriesgan en sus propuestas. Y
aunque sea un juego, es muy original el índice de los relatos en forma de
disposición táctica en la pizarra de los once ¿jugadores?
Los relatos reúnen aspectos más humanos que
deportivos. Actualizan al ámbito paraguayo la comprensión de la que hablaba
Camus. Es singular la inclusión de mujeres, cuando el universo futbolístico
siempre se había caracterizado por su masculinismo, por lo que es extraño
encontrar autoras en la ficción balompédica. Llama la atención el relato de
Milady Giménez titulado “Offside”, donde se contrapone la idea que hemos
expresado en los primeros párrafos sobre la conjunción entre arte y fútbol, con
el amor como historia de los protagonistas. La músico y el jugador enamorados
pero con dificultades para sincronizar sus aficiones, en un relato que defiende
la comprensión como alma de la compenetración entre personas. También es
atractivo el relato de Jazmín Rodríguez, “Mi camiseta número 7”, como
indagación curiosa en las razones por las que personas tranquilas y sensatas se
muestran una pasión extrema al asistir a un partido de fútbol de su equipo, con
una escritura en tono ensayístico y racional, lo que contrapone el discurso
pausado y medido de la narradora a las acciones dinámicas de sus familiares
aficionados. Este relato es un prodigio
de transmisión de las sensaciones que se perciben en un campo de fútbol por
parte de quien escruta lo observado. La autora gana un pulso narrativo
complicado a un espectáculo que dice desconocer gracias a su perspicacia analítica.
No son relatos, por tanto, al uso. Demuestran
que existe una evolución dinámica y vertiginosa del discurso futbolístico de
ficción. Se desprovee de la aureola mítica de antaño, fuera el protagonista un
héroe o un antihéroe, para tematizarse por sí mismo como expresión de
sentimientos. Aún pervive ese relato de argumento más o menos tradicional sobre
el ascenso y caída del héroe, como en “Pájaro Campana” de David Sánchez, un
cuento con un dramatismo bien medido. O
la historia del enclenque Norberto en “Terreno de juego” de Damián Cabrera, un
modelo de antihéroe que llega a ser héroe y más delante de nuevo antihéroe
sometido a un proceso de degradación, lo cual lo convierte en metáfora de la
vida. Como el protagonista de “La pifiada” de Nico Granada, un breve cuento
donde la anécdota se consume en tragedia. Este modelo donde no existe apenas
distancia entre el cielo y el infierno, uno de los más habituales en el relato
deportivo, sigue vivo y generando desde
su autotransformación con nuevos frutos apetecibles como los de esta obra.
El relato de Javier
Viveros es una excelente crónica, partiendo de un club como el Sportivo
Luqueño, de la profesionalización del mundo fútbolístico actual. Y
evidentemente, la gerencia como empresa de un club de fútbol conlleva la
pérdida de su romanticismo, aunque gane en eficacia estructural y en el control
de su administración. Pero todo dependerá de que el azar permita la entrada de
un balón entre los tres palos de la portería, por lo que la vida no es solo
planificación sino también capricho de la fortuna. Así, este relato
pertenecería a un modelo sociodeportivo. Sin embargo, en otros de esta
antología el fútbol es un marco únicamente donde se desarrolla una historia, y
en este caso disparatada y llena de comicidad heredera del mejor absurdo, como
en “Putus Versus” de Humberto Bas; magnifico, largo y sorprendente relato con
homosexuales en un universo machista como el futbolístico, donde el autor no se
ve superado por su audacia formal y temática en ningún momento. Contrasta el
detallismo, a veces puntillista, de “La
jugada del crimen” de Juan Heilborn, con la redención y la solidaridad como
características del juego, para lo positivo y lo negativo. Éver Román nos
demuestra que el fútbol y sus reglas, por sí mismas, pueden generar argumentos
de ficción en “Ángulo”, con una llamativa anécdota de origen y cierre sobre si
la pelota traspasó la línea de la portería y fue gol… o no. Lo histórico sigue
presente también, como en “Área Chica (o Maldonado gana el título)” de Crescencio
Pueblo, con un Cerro Porteño, un Libertad y una selección paraguaya en los
mundiales de fútbol presentes. También en “El constructor de silencios” de
Rolando Duarte Mussi hallamos el relato introspectivo, autobiográfico, de un
futbolista ya fallecido que rememora su pasado: más su vida personal que su
periplo deportivo, porque la vida, al y al cabo, es puro deporte.
En épocas donde te
obligan a creer en vacantes imprevistas como ejemplos de resolución de
conflictos de vidas “normales”, uno se siente halagado por obras que no
discurran por tópicos o lugares comunes, donde el erotismo tenga sustancia y
poesía y no figure como un objeto más de consumo, y la psicología no vaya
dirigida a una infantilización colectiva. Te guste o no el fútbol, le encuentres
placer sentimental y a veces racional o no a ese absurdo de veintidós personas
corriendo detrás de una pelota, como expresara Borges, encontrarás en Punta Karajá una crónica de
sentimientos, de emociones, de pasiones y de vidas que nos permiten reflexionar
sobre la condición humana. ¿Ven ustedes cómo siempre queda el consuelo de poder
encontrar verdadera literatura entre tanto libro comercial al uso empresarial?
Eso está muy bien, pero el crítico debe situar en su justo lugar una obra
concreta y hallar nuevos valores en las creaciones que se le presentan.
José Vicente Peiró Barco
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