De ellos me escondo. Están por todas partes. Si me descubren puede que incluso mi vida sufra las consecuencias. Son más de diez millones. Y el número de monstruitos no deja de crecer. En siete días todo cambió. Hace una semana mi vida era estupenda. Ahora, debo vivir oculto y si salgo a la calle es imprescindible el disfraz: bigote falso, barba postiza, anteojos de sol aunque todo esté nublado.
Hasta hace una semana yo era el querible ghosttwitter de LadyGe. Sí, hablo de LadyGe, la nueva sensación del pop mundial, ese genio de la industria asesorado por otros genios de la industria. Yo mantenía su cuenta oficial de Twitter, me tocaba sacar fotos en sus conciertos o donde estuviere y colocarlas en la red con algún comentario, hablando siempre por boca de la Mamá Monstruo.
No me costaba en lo absoluto porque entendía muy bien su personalidad. Había muy buena química entre nosotros. La había, hasta ese momento en que se produjo el quiebre. Lo que me dijo aquella tarde en el estudio de grabación, parecía un comentario al pasar. Pero tuvo la habilidad de desgarrar una telita en mi interior, de derrumbar mi autoestima. No se lo perdoné.
Apenas una hora después, publiqué aquel ya famoso tweet donde LadyGe confesaba urbi et orbi su infección por el virus del SIDA. Su nombre artístico fue trending topic una vez más. Mi venganza se había concretado. Desaparecí de la ciudad. Dejé que la mediática bola de nieve que había creado fuera creciendo hasta machacar la reputación de la artista. Yo estaba convencido de que ella jamás admitiría ante sus fans que tenía un ghosttwitter.
Pero la Mamá Monstruo es muy astuta. Enseguida recuperó su cuenta y publicó que un ex amigo había accedido ilegalmente a su computador y que había puesto ese mensaje "tan rocambolesco como falso". Y en su tweet había una dirección que llevaba a una fotografía: LadyGe sonriendo y en la mano derecha un papel con los resultados negativos de un Test de Elisa realizado ese mismo día.
Publicó después, en Twitter, mi nombre, dirección de correo, número de celular y mi fotografía. Su siguiente tweet recomendaba: "Monstruitos, si lo ven, díganle que lo que hizo está muy mal". Desde entonces, el diluvio de insultos en mi celular, el aluvión de amenazas e improperios en mi correo.
Es ésa la razón. No es por gusto ni excentricidad lo del disfraz. Parece difícil creer que hace apenas una semana todo estaba tan bien. Es innegable: la vida de un ghosttwitter tiene sus bemoles.
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