domingo, 14 de marzo de 2010

¿DEMASIADO URBANO? NO: URBANO Y UNIVERSAL

Hubo una época donde a los treinta y dos años uno dejaba de ser joven. ¿Qué se le diría hoy a Mario Vargas Llosa cuando publicó La ciudad y los perros con apenas veintiséis años? Uno está acostumbrado a escuchar y leer que llegó a ser un escritor maduro con la edad de treinta y dos al dar a luz a Conversación en la catedral. Pero estamos hablando de la década de los setenta; de esa donde se luchaba por un ideal igualitarista, con una juventud inconformista.

Hoy en día parece que hay que esperar a los cincuenta años para dejar de ser joven y entonces obtener la declaración de “autor consagrado”. A veces ni eso: a los sesenta. Ni con varias novelas se deja de ser escritor novel en ocasiones. Temo que, si esta tendencia prosigue, dentro de veinte años se escriban ensayos sobre nuevos autores jóvenes residentes en geriátricos. Este afán por verlo todo joven realmente llevó a considerar al escritor chileno Roberto Bolaño como estandarte de la joven narrativa latinoamericana… ¡¡¡CUANDO FALLECIÓ A LOS CINCUENTA AÑOS!!! ¿Entonces Borges?

Debatir sobre esta problemática ocuparía bastantes páginas. Sin embargo, su enunciación ilustra un escenario: el de los autores menores de cuarenta años. Todos jóvenes aunque tengan veinte hijos y hayan sufrido úlceras e infartos. También se puede divertir el lector cuando alguno de ellos logra una buena obra a los cuarenta y cinco, y la reseña de prensa expresa: “es un escritor que ha logrado, por fin, una obra llena de madurez”. ¿Hasta cuándo seguiremos aniquilando esa bonita etapa humana así llamada?

En Paraguay también hay escritores jóvenes maduros. Hay uno de treinta y dos años de edad, la misma que tenía Vargas Llosa cuando publicó Conversación en la catedral. Es Javier Viveros, una realidad de la literatura paraguaya que empieza a dar frutos literarios sólidos. El último es un libro de cuentos titulado Urbano, demasiado urbano, publicado a finales de 2009. El título juega con el título del ensayo de Nietzsche, Humano, demasiado humano, que hizo girar su estilo hacia el aforismo y hacia el pensamiento agudo, aunque a veces contradictorio. Viveros asocia “humano” y “urbano”: el espacio por él conocido y vivido y la condición psicológica del hombre contemporáneo. Ese espacio es la Asunción repleta de hombres y mujeres deambulando por sus aceras mientras pasan los días inalterables entre el asfalto y las redes de la información electrónica. Y está muy bien la cita inicial de Max Jacob: “¿El campo? ¿Ese lugar donde los pollos se pasean crudos?”. Ampliamente significativa del sentido de la obra y de la reivindicación de la condición literaria del autor al alejarse del exotismo rural.

Y es que Viveros podría encajar perfectamente, como ya lo hizo José Pérez Reyes, en ese conjunto de autores hispanoamericanos reivindicadores de una realidad más ajustada a la actualidad. Se emparenta con aquel mensaje dinamitador del boom lanzado por los chilenos Sergio Gómez y Alberto Fuguet en su antología titulada McOndo, que tanto dio que hablar, donde se despreciaba el realismo mágico por dar una imagen exótica y subdesarrollada del continente, cuando los jóvenes creadores no habían visto una vicuña o unos zopilotes en su vida, jamás, sino barras de bares nocturnos, shoppings, canales de televisión mundiales como el Discovery Channel (ahí está el relato de Viveros, “Cuando un hijo en un arrebato”), automóviles, luces y publicidad, entre calles largas, asfaltadas y semáforos. ¿Cómo va a contar Viveros aventuras macondianas? ¿Cómo va a hablarnos de jaguares y de arañas gigantes? Como escritor realista, que no renuncia a la fantasía, su universo se puebla de detalles urbanos, hasta el punto de que sus relatos podrían bien localizarse en otras ciudades de cualquier país.

El libro reúne diez cuentos. “El cobarde de la línea 31” destaca por su crítica hacia los medios de comunicación actuales por su afán sensacionalista, su cosificación del ser humano y la mixtificación de sus noticias. Salpicado de detalles sociales, como el hecho de que la inspectora de boletos sea la primera en desempeñar ese oficio en Paraguay, reivindicación subyacente de la necesidad de avanzar en la integración entre hombres y mujeres en el país, Viveros nos enseña el sitio ocupado por el individualismo extremo. La cobardía del protagonista es la consecuencia de ello, y la consecuencia de la consecuencia es la emigración. ¿Metáfora del país y, por ende, de la sociedad contemporánea? Pues aunque no se detecte a simple vista, y posiblemente el autor no haya sido consciente de ello –o sí, lo desconozco, porque en ningún momento he hablado sobre su obra con él-, el discurso camina hacia la denuncia de la pérdida de identidad y de la sensibilidad humana en el mundo actual. El protagonista Nelson se convierte en un prototipo de ello: en un ser como tantos otros que acaba desplazado de su hábitat. Es por ello que Viveros esté estableciendo la contradicción entre nomadismo y sedentarismo en la sociedad.

Con otro autobús se inicia el cuento “Teju’i”. La historia del albañil que da título al libro motiva una pintura del papel del deporte en el ocio moderno. Es curioso que Viveros sea capaz de utilizar neologismos del mundo informático como googlear, o expresiones extranjeras internacionalizadas como a full, con el habitual guaraní. Es como si el guaraní se autoreivindicara como elemento propio de la sociedad paraguaya contemporánea, y no como signo exótico del mundo ruralizado, y diferenciador nacional. Un elemento normalizado de comunicación. Ya no estamos aquí ante una lengua indígena, sino ante una palabra que no tiene por qué escapar a lo estrictamente urbano.

“Cuando un hijo en un arrebato” deja una frase que pudiera parecer pedante, pero en realidad es sorprendente: “La noche asuncena como una fábula griega o una aporía eleática”. Pero reflexionen sobre su sentido cuando finalicen la lectura del cuento. La sublimación de lo nocturno se somete al juicio del lector, al que el narrador llamará “juez imparcial” analizador de los acontecimientos hasta su dictamen. El argumento viene refrendado incluso por observaciones metaliterarias sobre el estilo (“El adjetivo si no da vida, mata”).

Muy bien trazado es el relato sobre la amenaza de bomba recibida por Tadeo, “De larga distancia”. En realidad es un microrrelato que reserva para las tres últimas líneas su sentido. Como también es otro microrrelato “Bovarismo del artista cachorro”, sucesión aforística de ideas; relato arriesgado y exigente para el lector. Muy interesante es “Bookcrossers”, inspirada en un tema de moda. El ejercicio de esta actividad en Paraguay, es un pretexto para el despliegue de diálogos fluidos e intensos que en realidad esconden un relato del subgénero negro. O ese mundo de hospitales de “Cinturón cohete” que acaba en un escenario futbolístico en el derby Cerro Porteño-Olimpia.

Aun así, queda espacio –espacio asunceno, por supuesto- para el relato intrahistórico. Ahí están las vivencias del joyero Ramírez el día del atentado contra el general nicaragüense Anastasio Somoza. Pero curiosamente, mientras otros libros de cuentos van perdiendo fuerza a medida que avanzan, Urbano, demasiado urbano guarda las dos grandes sorpresas como colofón: “Misterio JFK” y “Asunción era una fiesta”. El primero, finalista del Premio de Cuentos Juan Rulfo 2009, está localizado en Estados Unidos, “nación repleta de asociaciones creadas por millonarios excéntricos”, como dice el narrador, sorprendiendo así al lector con afirmaciones alejadas de tópicos vertidos sobre el país, como su imperialismo. Las peripecias del protagonista como asistente a un congreso literario en el aeropuerto de Nueva York, hasta lo kafkiano, es un claro afán de denuncia de la soledad del individuo y su despersonalización entre la informe masa. Y el segundo, un gran relato inspirado en el tema de los “peligros de la red”, expresa en un esquema incluso la estructura de la narración. El misterioso caso de las fotografías y vídeos publicadas en Internet es un misterio que atrapa al lector, sorprendido además por los recursos innovadores (si no innovadores completamente, sí vanguardistas).

Un buen libro, muy recomendable, que es un retrato de la despersonalización de la sociedad urbana actual, provisto de fantasía y realismo a la vez. Viveros, aunque pueda mejorar algunas líneas donde no sería necesario un ejercicio intelectual gratuito (“Seguí esperando, pero Godot no asomaba”), ha conseguido una obra a destacar en el panorama de las letras paraguayas actuales. Sin duda, su línea, sus argumentos y su estilo demuestran que ya no es preciso reivindicar la necesidad de una actualización temática y formal de la narrativa paraguaya. Afortunadamente. Y que así prosiga gracias a Viveros.


José Vicente Peiró Barco.

1 comentario: