domingo, 6 de septiembre de 2009

UNA DE CRETA

El Minotauro no pudo con su escepticismo. Cansado de vagar por el laberinto sin nunca hallar la salida, se empeñó vanamente en arañar los muros con sus cuernos, ocasionando así petroglifos insensatos que conducirían a la locura a los Champollions del futuro.

Una mañana, que bien podía ser de mayo o de septiembre, un ave enviada por una despreocupada deidad le dijo que debía seguir siempre hacia la izquierda para encontrar la salida.

El Minotauro escupió al suelo primeramente y después bufó, escéptico: de pequeño le habían enseñado a no confiar en las aves parleras.

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