El martes 30 de junio de 2009 tenía un vuelo a las 8 de la mañana para viajar de Dakar hasta Yamena. De la capital de Senegal a la capital de Chad, con escalas en las estaciones aéreas de Bamako (Mali) y Addis Abeba (Etiopía). Ya antes de las 6am me encontraba deambulando por el aeropuerto de la capital senegalesa. No era cuestión de arriesgar, sobre todo tratándose de Ethiopian Airlines, cuyo proverbial amateurismo me había ya infligido un par de aviesas jugadas en el pasado reciente.
El aeropuerto estaba superpoblado, pues en horas vecinas estaban cronogramados vuelos de South African Airways y Air Ivory. Localicé la interminable fila que correspondía a Ethiopian Airlines e inicié el tedioso acercamiento en slow motion al mostrador.
Estaban por dar las siete cuando me hubo llegado el turno. Presenté el pasaporte, el billete electrónico y la autorización de entrada al país (que me había sido enviada vía fax por la sucursal de Chad de la empresa para la que trabajo). Billete aéreo bien. Pasaporte bien. Autorización... Con una seguridad sin agujeros la funcionaria de la aerolínea me dijo que no podía dejarme ir con ese papel, que la oficina de Ethiopian en Chad debía haber enviado un mensaje de correo electrónico con mis datos, aparte del papel que tenía en mis manos. No hubo forma de convencerla. Esta vez ni siquiera se trataba de mostrar algunos de esos billetes verdes que poseen la nada desdeñable habilidad de convertir la cara de un no en un rotundo sí.
Teníamos una hora de diferencia con Yamena. Llamé a mi contacto de la sucursal en Chad de la empresa que me emplea. Su voz manaba desde el otro lado de la línea, pero por el modo en que fluía parecía más bien provenir desde el otro lado de la vigilia, una comunicación directa con el mundo onírico. La señal de telefonía celular GSM mezclada con las ondas theta de su cerebro aún en somnolencia. Eran casi las ocho de la mañana en Chad. Mi contacto me dijo que trataría inmediatamente de localizar a la gente de Ethiopian Airlines, porque la oficina no abría sus puertas sino hasta las 08:30 hs.
En el antiguo teatro griego se hacía uso de un recurso llamado -más tarde en latín- deus ex machina. Literalmente: el dios que desciende de la máquina. Se daban las situaciones en la obra, se planteaba el conflicto, el héroe estaba a punto de ser traspasado por una espada y de súbito aparecía en escena una deidad y resolvía rápidamente las situaciones trágicas y complicadas casi siempre de modo favorable al héroe. Se llamaba a ese recurso deus ex machina porque la deidad estaba montada sobre una suerte de máquina llena de poleas que le permitía desplazarse y simular vuelo. Recuerdo empleos repetidos de esta técnica tanto en La Iliada y La Eneida.
Pero volvamos de la digresión. Ante el murmullo creciente de las personas que estaban detrás de mí tuve que abandonar mi lugar en la fila por la falta de esa autorización. Alguien en la sucursal de Chad se olvidó de enviar un documento y ese e-mail de Ethiopian Chad no llegó a Ethiopian Senegal. Fui a sentarme un rato. Me puse a hojear con inocultable fastidio un libro de obras maestras del relato breve que ando arrastrando por este continente desde hace ya un buen tiempo. En la distancia vi al comisario de vuelo y volé a alcanzarlo. Le mostré mis papeles. El hombre estaba ya enterado de mi situación.
Con una voz que no ocultaba su alegría maliciosa me dijo que no me preocupara, que el jueves podía tomar el otro vuelo, que debía ir a la agencia de Ethiopian Airlines en Dakar para cambiar la fecha de mi billete aéreo. Agregó que era ya muy tarde y que el abordaje estaba en plena ejecución. La desazón hizo estragos en mi ánimo. Tenía que quedarme dos días más en Dakar con lo que retrasaría en gran manera el proyecto en el que estaba trabajando. Mi pensamiento fluía por esas latitudes cuando sonó el celular que llevaba en el bolsillo. El que llamaba era mi contacto de la sucursal de Chad. Me pidió que ubicara con urgencia a alguien de la aerolínea.
--Tengo aquí en frente al comisario de vuelo, respondí.
Le pasé el celular. Empezó a hablar en francés. Cierto brillo de malignidad que había aterrizado en su rostro cuando me había dicho lo del próximo vuelo se perdió y se trocó en una especie de resignación, una suerte de amarga aceptación de su lugar verdadero en la escalera jerárquica de la empresa que lo empleaba.
Me devolvió el teléfono. Me dijo que la gente de Ethiopian Chad enviaría el e-mail faltante, que podía sacar mi pase de abordar y me pidió que embarcara aprisa. Hice aceleradamente el check-in; debido a que el avión estaba ya por cerrar las puertas pude sortear las filas de migración y pasé directamente a una oficina donde sellaron mis papeles y antes del minuto era ya el sonriente ocupante del asiento 14J de la aeronave.
Transcribo estas memorias ya desde la calurosa ciudad de Yamena. Estuve a punto de perder el vuelo pero al final todo salió bien y llegamos incluso una decena de minutos antes de lo previsto.
Qué grande el teatro griego! La llamada recibida en mi Nokia N73 fue mi deus ex machina.
che, y no le habrán ofrecido plata también?
ResponderEliminarde ser así, creo que la conclusión sería que dios es un gran coimero!!! como las multinacionales, pues. como la maquinaria económica del capitalismo que mueve al mundo!
o sea, deus ex machina S. A.!
saludos, javier
Eso no es improbable, Ever. Not at all :D
ResponderEliminarChe Javier, el comisario pio no habrá sido colorado stronista en su vida pasada ?. jaja.. menos mal salió todo bien al final.. Jorge
ResponderEliminarHey lukeño,ke onda,la ventaja de tener un patrón poderoso,me alegro de que no te haya pasado algo más grave,pero hay una desmedida bondad en considerar digno de un relato(salvo que sea un desahogo freudiano)la corrupción, la incompetencia y la burocracia globalizada que nos acecha a cada instante. Por que me imagino que otro sería el cuento de haber estado vos de viajero ñembo Paul Bowles o Bill Borroughs pero sin contactos y sin patronazjo multinacional, un mero paraguayito sudando en una terminal llena murmullos milenarios y ciudadanos de piel brillante.(Me pregunto que musica se oye en la banda sonora de esta crónica?)
ResponderEliminarEdgar, uno escribe sobre lo que quiere, sobre lo que puede. Así es el mundo que nos toca vivir. Otro hubiera sido el cuento, pero no lo fue, porque lo de la Interpretación de los Múltiples Mundos de Everett no pasa de ser una bella teoría.
ResponderEliminar