Recién divorciada, la mujer cruzaba los 30 años, pero había aún demasiada energía y belleza en su cuerpo: cartas ganadoras para conseguir otro marido. Aunque para Elisa esa no era ahora la prioridad. En esta nueva etapa de su vida, solo quería terminar de amoblar la nueva casa y habitarla cómodamente con su hija pequeña. Le pareció extraño el costo demasiado bajo para una casa tan grande. Le pareció descortés el inmediato ostracismo al que las sometieron sus vecinos. Le pareció curioso ver a través de la ventana el apresurado santiguarse de un par de viejas que pasaban frente a la casa. Pero nada podía turbarla, estaba decidida a continuar su vida y enterrar para siempre el pasado de un esposo alcohólico y golpeador.
Ya en la primera semana empezaron los inexplicables ruidos nocturnos, los muebles que no estaban donde se los dejó, los grifos de agua que se abrían y cerraban para hacer juego con lo que hacían los tubos fluorescentes.
Ya en la primera semana empezaron los inexplicables ruidos nocturnos, los muebles que no estaban donde se los dejó, los grifos de agua que se abrían y cerraban para hacer juego con lo que hacían los tubos fluorescentes.
Ahora, Elisa está en el sótano y allí siente la presencia maligna, se sabe observada con un desprecio infinito, percibe la baja temperatura del lugar, a pesar de los 40 grados del exterior. Y de súbito, frente a ella, envuelta en una tenue luz, la aparición. Elisa alcanza una explicación para el costo risible de la casa y para la elusiva mirada de los vecinos. Y no es sino entonces que se le ilumina el rostro, al saber que su nuevo hogar venía con un valor agregado. El fantasma que tenía ahora enfrente le permitiría retomar las prácticas de ocultismo que había abandonado por sus labores de madre y ama de casa. Una sonriente Elisa abre las palmas de las manos, recita un mantra primero y se entrega después a un animado diálogo con su huésped luminoso.
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