domingo, 8 de enero de 2012

Julio Ramón Ribeyro

Copio a continuación algunos fragmentos de las Prosas apátridas aumentadas de ese enorme escritor peruano cuyo nombre da título a esta entrada.

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Un editor francés, comprobando que ha decaído la venta de los clásicos, decide lanzar una nueva colección, pero en la cual los prólogos no serán encomendados a eruditos desconocidos sino a estrellas de la actualidad. Así Brigitte Bardot hará el prefacio de Baudelaire, el ciclista Raymond Poulidor el de Proust y el actor Jean-Paul Belmondo, que antes fue boxeador, el de Rimbaud. Belmondo empieza su preámbulo con estas palabras: "Cada vez que leo un poema de Rimbaud siento como un puñetazo en la quijada". Venta asegurada.

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El más allá nos envía a menudo a sus muertos. Ayer, por ejemplo, me crucé en la rue de Vaugirard con el presidente Georges Pompidou. Hace unos días mi abuela Josefina se me acercó en la calle para preguntarme la hora. Semanas atrás, cosa más grave, estuve con Pablo Neruda tomando un café y conversando en una terraza de la Contrescarpe. No hace falta decir que los tres estaban de incógnito, el presidente vestido de albañil, mi abuela de monja y el poeta de fotógrafo ambulante. Allá ellos si quieren pasar desapercibidos. Pero yo los reconocí, sin equívoco posible. ¿Para qué vienen?, me pregunto. No creo que para recordar, ni para recoger algo que se les olvidó, ni para finalizar algún trámite que dejaron inconcluso en el ajetreo de su partida. Vienen tal vez como los emisarios secretos de alguna administración lejana, para dejar por debajo de la puerta la convocatoria que aún no esperábamos.

99
Durante muchos años, por un error del editor que se había equivocado en el retrato de la contratapa, leí obras de Balzac pensando que tenía el rostro de Amiel, es decir, un rostro alargado, magro, elegante, enfermizo y metafísico. Solo cuando más tarde descubrí el verdadero rostro de Balzac su obra para mí cambió de sentido y se me iluminó. Cada escritor tiene la cara de su obra. Así me divierto a veces pensando cómo leería las obras de Víctor Hugo si tuviera la cara de Baudelaire o las de Vallejo si se hubiera parecido a Neruda. Pero es evidente que Vallejo no hubiera escrito los Poemas Humanos si hubiera tenido la cara de Neruda.

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A veces tengo la impresión de que mi gato quiere comunicarme un mensaje. La obstinación con que me observa, me sigue, se me acerca, se frota contra mí, me maulla, van más allá que el simple testimonio de sumisión de un animal doméstico. Advierto en su mirada inteligencia, prisa, ansiedad. Pero nada podré recibir de él, aparte de estas señas enigmáticas. Entre él y yo no hay siglos sino centenares de siglos de evolución y somos tan diferentes como una piedra de una manzana. El, a pesar de vivir en nuestra época, sigue derivando en el mundo arcaico del instinto y nadie podrá comprenderlo sino los de su especie. Tendrán que trascurrir aún centenares de siglos para que la distancia que nos separa tal vez se acorte y pueda al fin entender lo que me dice, lo que seguramente no pase de un lugar común: hay una mosca, hace calor, acaríciame. Como cualquier ser humano, en suma.

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