jueves, 8 de octubre de 2009

BOOKCROSSERS

Esta historia es, esencialmente, sencilla. Tenemos a Bernardo y su grupo de amigos, luqueños todos. Uno de ellos pasa una corta temporada en Londres y regresa con el morral lleno de deslumbramiento por la infraestructura y la magia de una ciudad hermosa y antigua, por la frialdad de una gente de otra madera y un cielo eternamente ensabanado de nubes. Trae además una idea interesante que prontamente comparte con sus compinches, les cuenta del bookcrossing, de la comunidad de los libros viajeros. La semilla germina al instante en la mente del grupo. Quieren jugar a la aldea global.

— La verdad que no entendí nada, demasiado rápido hablaste.
— Si dejás de mensajear seguro que vas a entender, parece que estamos cinco acá y no cuatro.
— Bueno, tranquilos nomás. Juan, no hay problema, va otra vez. La cosa es así. Vos agarrás de tu biblioteca un libro que querés liberar. Entrás a la página web www.bookcrossing.com, lo registrás y recibís un BCID, un book...
— ¿Qué es el BCID?
— Sí, Bernardo, iba a explicar eso justamente. BCID es bookcrossing ID, el número identificador único de bookcrossing.
— ¿Para qué es?
— Para individualizarlo, cada libro liberado tiene un BCID propio, es como su huella dactilar.
— ¿Es igual que el ISBN?
— Ya dijo que no es lo mismo, es más preciso que el ISBN.
— Exacto, Alcides. El ISBN es un número que identifica a una edición completa de una obra.
— Pero el BCID es como la cédula de cada libro físico, individual.
— Eso, eso. Una vez que registraste el libro le ponés una calcomanía donde se vea el número BCID y diga que es un libro viajero.
— ¿Y después qué se hace?
— Después dejás tirado nomás por ahí para que alguien encuentre.
— Pero cualquiera puede llevar entonces...
— Sí, la idea es esa justamente. Que vos pongas en la web que en tal fecha, a tal hora y en tal lugar vas a liberar tal libro, y que la gente vaya a buscarlo.
— Ah, ya. Entonces el que encuentra tiene que leer y después escribir en la página web que encontró el libro y también qué le pareció. Pasa de mano en mano.
— Exacto, Bernardo, es eso mismo. Leer el libro, escribir sobre él en el sitio de bookcrossing y luego soltarlo en otro lugar. Las tres erres del bookcrossing: read, register, release.
— En castellano, Shakespeare.
— Sí, sí, sorry, jajaja. Leer, registrar, liberar. Leer el libro encontrado, registrar en la página diciendo donde lo encontraste y qué tal es y luego soltarlo para que siga la cadena, su itinerante destino de libro viajero.
— ¿Y cómo se llaman los que hacen eso?
Bookcrossers, beceros o libera-libros. Imagínense lo que es recibir un e-mail de la página informando que alguien hizo un comentario reciente sobre un libro que largaste hace cinco o diez años.
— Tenemos que meternos, va a ser muy divertido.

Leen en la web y despejan todas sus dudas acerca del funcionamiento de los libros viajeros. Cada uno de ellos se agrega al sitio. El siguiente paso es registrar libros y liberarlos. El procedimiento es sencillo. Registrar un libro, informar de su liberación, aguardar a que alguien lo recoja y haga un comentario en el sitio web. Cada vez que el libro liberado reciba un comentario el bookcrosser será notificado por correo electrónico. Las respectivas bibliotecas de la familia pierden algunos ejemplares al ser liberados éstos en la jungla urbana. Hacen un pacto por el cual ninguno puede buscar los libros liberados por miembros del grupo.

Navegan la página de bookcrossing y notan con sorpresa y alegría que hay otros paraguayos registrados. Son pocos, pero son. Dos hombres de Ciudad del Este, un chico de Asunción y una muchacha, también de Asunción. El nick de la mujer es Melody y tiene veinte años, según la ficha de la página. Todos ellos cuentan con dos o tres liberaciones en su historial. Bernardo sugiere que se arme una reunión en Asunción para conocer a los otros bookcrossers. La primera fiesta de libera-libros paraguayos. Vía correo electrónico contacta con los otros. La fiesta será en dos semanas. Uno de los hombres de Ciudad del Este afirma haber abandonado la actividad y alega cuestiones de tiempo para no asistir. Los otros tres confirman presencia. La primera fiesta de libera-libros del país se hará en un café que lleva el nombre de un genio del Renacimiento.

— ¿Qué tal te fue con el libro que soltaste, Alcides?
— ¡Súper! Ayer me fui a ver y ya no estaba. Puse bien al fondo del agujero del árbol y hasta camuflé con una bolsa de basura. Y ya no está. ¡Estoy chocho!
— Sí, el mío también desapareció, apenas al día siguiente de haberlo liberado.
— ¿Donde dejaste vos?
— Al pie de la estatua del Mariscal López, en la plaza.
— ¿Y ya hubo algún comentario en la página web?
— No, todavía nadie escribió. Pero seguro que el que agarró está leyendo recién y por eso nomás no escribe nada.
— Sí, yo también creo que eso pasa con el libro que solté. Somos muy ansiosos.
— Es que todavía es muy nuevo para nosotros.
— Y sí.

Mandan imprimir camisetas con el logo de los libros viajeros. Imprimen las etiquetas para colocarlas a los libros que liberan (que son cada vez más). Llega el día de la primera fiesta de libera-libros del Paraguay. Se encuentran en el café a la hora indicada. Al principio cuesta quebrar el hielo. Están los luqueños, un hombre de CDE, el asunceno y la chica que es también de Asunción. Ninguno supera los 25 años. La más joven, Melody, la muchacha. A nadie se le escapa que su belleza es verdaderamente singular. Flaquita, rasgos sesgadamente orientales, pelo negro y liso más unos hoyuelos que podían perforar cualquier conato de resistencia masculina; hija de padre paraguayo y madre de Singapur, una remota isla que alguna vez fue de Malasia.

Hablan, cada uno cuenta acerca de sus primeros encuentros con la lectura y de sus inicios como libera-libros. Melody confiesa su irrenunciable amor por la literatura mexicana. Bernardo interviene, animoso y visiblemente entusiasmado con la asuncena. Menciona al “sobrevaloradísimo Tablada” y al “infravalorado Juanjo Arreola”. Nadie habla de Paz. El de Ciudad del Este recuerda en elogiosos términos a Poniatowska, y durante toda la noche se refiere a la escritora como La Princesa.

Deciden estrechar más los lazos entre ellos y ver el modo de dar a conocer el bookcrossing para hacerlo popular a nivel país. Concuerdan en que un libro puede llegar a lugares donde el libera-libros jamás viajará; insisten en que el bookcrosser puede morir y que su libro podrá seguir recorriendo el planeta en una suerte de inmortalidad alcanzada a través de un objeto que fue de uno. Alguien dice que un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano. Le retrucan que esa frase es de un francés. Hay risas. Se habla de intertextualidad y se pide otra ronda de cerveza. Terminan la reunión y son todos amigos y bookcrossers y se brinda por los libros viajeros. Un corazón más late ahora por Melody.

— ¿Y bien? ¿Alguien ya recibió algún comentario?
—Yo, no
—Ni yo.
—No, nadie. Pero los libros desaparecieron.
—Y ya hace más de una semana.
—Sí, algo no anda bien. Definitivamente.
—Yo mañana voy a liberar otro, y me voy a quedar escondido para ver quien recoge el libro.
—Esa es una buena idea. Todos tenemos que hacer lo mismo.
—Cierto, vamos a meterle.
—Le voy a preguntar a Melody si ella también enfrentó problemas como éste.
—Ay sí, claro, Bernardo. Melody, Melody, Melody.
— Buena esa, Romeo.
—Jajaja, no pasa nada.

Saben que Bernardo está ya muy enamorado de Melody. Ignoran que le envía mensajes de texto y de correo electrónico donde, entre líneas, le da a entender sus sentimientos, pero al parecer el mensaje amoroso va demasiado entre líneas o Melody se hace nada más la desentendida.

Publican, separadamente, en la web de bookcrossing nuevas liberaciones de libros en Luque. Esperan ocultos y pueden observar al que retira los ejemplares. Ven que es un sujeto obeso y uno de ellos hasta obtiene una foto con el celular. Entienden que el sujeto lee en la web los lugares donde harán las liberaciones y que recoge los libros para nunca comentar.

— Su biblioteca tiene ya, por lo menos, quince libros nuestros.
— Y no comentó uno sólo el gordo.
— Yo encontré varios de los ejemplares liberados en la Librería Balzac, el gordo los vende como libros usados.
— ¡No puede ser!
— Eso, legalmente, es demasiado ya.
— Cierto, tenemos que tomar cartas en el asunto.
— ¿Cómo?
— ¿Le pegamos?
— No. No. No. Pero podemos rayar todo su auto.
— No sabemos donde vive ni si tiene auto.
— Entonces podemos liberar un libro y dejar una víbora en el lugar.
— Pero la víbora puede irse nomás.
— Y no tenemos una víbora.
— ¿Y si le metemos electricidad?
— ¿A la víbora? No, pobrecita. No tiene la culpa de la mala onda del tipo.
— A la víbora no, al libro.
— ¡Que no tenemos una víbora!
— ¡Claro, Juan! Que el libro liberado le dé una descarga eléctrica, un buen sacudón.
— ¡Eso! Una buena patada eléctrica, para que escarmiente y deje de arruinarnos el negocio.
— Podemos pedir a Maxwell que diseñe la onda, para que cuando el gordo agarre el libro reciba un saludo eléctrico. ¿Quién quiere liberar?
— ¡Yo lo voy a liberar! Y nos ocultamos para filmar a ese payaso.
— Dale, Bernardo. Elegí nomás ya el libro. Yo voy a hablar con Maxwell.
— Vamos a filmar y digitalizar para subir después a Youtube el video de cuando el gordo recibe el golpe eléctrico.
— ¡Es un súper plan! ¡Vamos a disfrutar esto!

Le dicen Mawxell, no por sus conocimientos de electromagnetismo sino por su manera de caminar que es demasiado similar a la de un futbolista brasileño de ese nombre. Maxwell, que estudia electrónica en el IPT, diseñó rápidamente el ingenio que se colocaría en la contratapa del libro a ser liberado. Al entrar en contacto con la mano, el aparato soltaría un buen voltaje para provocar un shock nervioso al obeso; era como persuadir al bebé a que dejara la leche materna colocando aloe por los pezones de la madre.

Preparan convenientemente la escena. En la web, Bernardo anuncia la liberación de la novela El Testigo, de Juan Villoro. Avisa que la soltará al pie de un banco ubicado frente a la parada de ómnibus de la Línea 30. Llegado el día, se parapetan en el barcito de la esquina, que está a unos cuarenta metros del libro ya colocado. Miran desde lejos; la potencia de sus binoculares y la capacidad de aumento de sus diminutas cámaras filmadoras trituran la distancia.

Disfrutan unas empanadas mientras aguardan la aparición del invitado. Llega la hora indicada en la web. Ven que un automóvil se detiene frente a la parada de ómnibus. Alguien baja del auto y va directamente hacia el lugar donde se encuentra el libro. Se asustan y gritan porque la que baja es Melody. Bernardo corre y grita más que todos pero ella no puede escucharlo porque hay audífonos llenando sus oídos. Bernardo grita todavía más fuerte que no toque el libro porque “está eléctrico” (sic). Finalmente llega junto a ella, pero es tarde. La descarga ya la ha arrojado al suelo y Melody ahora no es más que un atado de nervios palpitando en la vereda. Llegan también los otros al lugar donde Bernardo está arrodillado y tomando las temblorosas manos de la muchacha.

Ven que en la esquina asoma, sudoroso y a todo vapor, el sujeto que siempre colecta sus libros. Ven que verifica la hora en su reloj y luego observa el lugar donde están ellos, notan su fastidio por haber llegado tarde. Miran su lenta retirada. Entre tanto, Bernardo se lamenta por haber liberado justamente un libro de literatura mexicana sabiendo que Melody era adicta a ella. Se recrimina el que se le haya ocurrido justamente un libro de autor mexicano y cada uno, separadamente y en silencio, se pregunta si no fue algo inconscientemente premeditado.

De Urbano, demasiado urbano.

3 comentarios:

  1. Felicidades che!!!!

    http://barcoborracho1871.blogspot.com/2009/10/urbano-demasiado-urbano-de-javier.html

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  2. Grande Javier...!
    Albricias jevy voí..

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  3. Gracias a ambos, amigos. Tengan por cierto que el libro llegará a tierras borgeanas.

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