El narrador toca de oído. Lo que aquí relato le sucedió al gerente de la importadora para la que trabajo. A mi jefe pues. Soy el CFO y tengo a cargo -además de la contabilidad- las cuentas bancarias de la compañía. Tenemos al gerente (y propietario) que va a cerrar tratos comerciales en el sudeste asiático, específicamente Camboya.
Camina sin prisa por las hechizadas calles de Phnom Penh. Su vestimenta lo delata como un jagua extranjero, un animal de ecosistemas lejanos. Alguien lo sigue y lo detiene. Es un adulto, de unos treinta años, camboyano. Lo encara a mi jefe y con un lamentable nivel de inglés le ofrece un servicio para liberarse del stress. What?! ¿De qué hablamos? ¿Qué novedosa técnica pudieron haber inventado en ese recóndito punto del continente asiático? Un método que vendría, quizá, a deshacerse por fin de ese mal que tanto enferma a Occidente y que por misteriosos hilos del destino le tocaba a él experimentar, como un explorador en la primera línea de avanzada.
El hombre se explicó mejor. La cosa era en realidad muy simple. Para divertirse, uno podía disparar contra lo que escogiese del catálogo:
- Gallinas: 20 dólares
- Perros: 50 dólares
- Cerdos: 100 dólares
- Vacas: 250 dólares
Las vacas venían un gran valor agregado. No se las mataba con una pistola como en los otros casos, sino que se empleaba para ello una bazooka. Aunque no se tratara de una vaca adulta sino de un ternero, lo importante aquí era poder disparar una bazooka. ¿Cuántas veces en la vida coincide uno con una oportunidad así?
Divertido, mi patrón disimula su sorpresa y primero regatea por la vaca. Descuento. Después pregunta: ¿qué más hay? Dame algo mejor. Juega con el oferente. Está acostumbrado a estas negociaciones, es su hábitat, lee el lenguaje corporal. Su interlocutor queda un rato pensativo, para después decirle que por mil dólares puede matar a un ser humano, "pero con fusil". Un ser humano, claro, dice mi jefe, bromista. Y allí nomás el otro le explica. Todo tiene lógica, es posible. La carne la ponen los condenados a muerte, uno puede ser el tirador. Por mil dólares podía uno suministrar justicia en aquel país. Pero había que esperar un poco, porque tenían mucha demanda y un ajustado calendario de ejecuciones.
Según él, algo asustado, continuó caminando sin despedirse y fue a meterse a su hotel. Sin embargo, he podido comprobar en los registros del banco de esas fechas, que hubo varias extracciones de dinero de la cuenta en dólares de la compañía. Y en rigurosos múltiplos de mil.
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