jueves, 24 de noviembre de 2011

Literatura del enemigo


La literatura del enemigo literario tiene siempre algo de Schrödinger: mientras no se lo abra, el libro es dualmente bueno y malo. Y aquí termina la semejanza con el experimento teórico del físico austriaco, porque al posar los ojos sobre cualquier página la obra hiede invariablemente como un gato muerto.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Mborayhu Ñandutimíme en Youtube

En este enlace la gente de www.musicadelparaguay.com colocó nuestro disco Mborayhu Ñandutimíme, con todo y letras. Aguije, Teto.

martes, 15 de noviembre de 2011

Terrorismo sincero

El avión bajó en el Kotoka International Airport de Ghana. Pasé sin contratiempos por Migraciones. Mi maleta fue una de las primeras en aparecer sobre la cinta transportadora. Y cuando estuve a punto ya de salir, uno de los oficiales de Aduanas me preguntó qué llevaba en ella. Lo de siempre, dije: ropa, libros. Hablábamos en inglés. ¿Qué más?, preguntó el oficial con el rostro serio. Pensé en el contenido de mi maleta y dije: shoes, rackets.

Y entonces su rostro cambió para denotar preocupación:

--What! Rockets? Open it!

Me vi forzado a abrirla y luego a aclararle que dije rackets, raquetas de tenis y no rockets, cohetes. Hasta un átomo hace sombra. Una vocal puede hacer la diferencia.

Caballos

Cuando pienso en ellos no evoco ni al alado Pegaso de Belerofonte ni al famoso caballo blanco del Mariscal López. Lo primero que me viene a la cabeza es aquel cuento corto de Chéjov titulado "El apellido caballuno", joya de veinticuatro quilates, una de las tantas del genio ruso. Y después, indefectiblemente termino pensando en Nietzsche, quien -raskolnikovianamente- cuando vio los azotes que recibía un caballo en una plaza, increpó al dueño, se abrazó después al cuello del animal y llorando le pidió perdón en nombre de la humanidad. Pienso en ese caballo, que fue testigo del poético acto con el que filósofo alemán se adentraba para siempre en la locura.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Jugada de riesgo

Trabajo para una empresa de telecomunicaciones y esta vez me destinan a Chad, junto con un compañero malasio. Yamena, la capital del país africano se construye alrededor de una sola calle principal: todos los comercios y tiendas de alguna magnitud están allí. Es viernes y el gerente comercial, nacido en Chad, dice que será nuestro guía durante el fin de semana. Promete llevarnos a Camerún (la frontera está muy cerca). Le pregunto cómo haremos para conseguir en tan corto tiempo la visa para conocer el país vecino. Una sonrisa enigmática es su respuesta.

El sábado, salimos temprano en un automóvil de la empresa. Al volante está el gerente comercial, que asegura que no hay motivo alguno para la preocupación. Estamos prontos a atravesar la frontera, rumbo a otro país y no llevamos pasaportes ni visa. Yo voy con el temor de aparecer muy pronto en aquel programa de NAT GEO que lleva el poco eufemístico título de "Preso en el extranjero".

Un brazo en alto nos ordena detenernos cuando estamos a punto de entrar a territorio camerunés. El gerente comercial conversa con los militares que nos miran con cara de odio. Se gesta una vertiginosa discusión en una lengua que ignoramos. Las palabras suben de volumen. Súbitamente, el gerente comercial sale del vehículo, abre la cajuela y veo que de allí saca un par de termos con el logo de la empresa. La cara de los militares cambia. Hay ahora sonrisas y se levanta la barrera para que el auto pase.

Idéntica escena se repite poco después, ya en la tierra de Eto'o, pero esta vez el deus ex machina lo constituyen tres camisetas. Nos vamos adentrando cada vez más en Camerún. Vamos a un parque nacional donde hay de todo menos animales. Luego llegamos a un hotel. Cada uno en su habitación. El costo es irrisorio. Esa noche, en un pequeño establecimiento de comida local, cenamos el mejor pescado frito de nuestras vidas. Comemos con las manos, como debe ser.

Llega el domingo y recorremos todavía un poco más. Pasado el mediodía emprendemos el retorno. Y una vez más las barreras que habíamos atravesado antes pero con otros rostros comandándolas, otra vez los dedos que señalan a los dos blancos que ocupan los asientos de atrás del vehículo. Y nuevamente las mochilas, quepis, camisetas y tazas con el logo de la compañía salen a resolver la situación.

Nos acercamos a la frontera y yo mentalmente suplico que el merchandising de la empresa sea suficiente hasta que lleguemos de nuevo a Yamena. Me coloco después los auriculares y busco a Los Rodríguez en mi Ipod. La voz de Calamaro suena en África: Déjame atravesar el viento sin documentos.

Escribir en el siglo XXI


Escribir nunca ha sido tan fácil y a la vez tan difícil. Y déjenme tratar de justificar esta afirmación. Escribir en los tiempos que corren es fácil porque tenemos las bases de datos de Google, el memorioso Funes de Borges vive en los servidores de la empresa de California. El aleph está allí, pero con la ventaja de que podemos filtrar las búsquedas, dirigirlas, y de que no es ya imprescindible el decúbito dorsal que recomendaba Carlos Argentino Daneri.

Contamos con Wikipedia, el conocimiento enciclopédico en crecimiento constante al alcance de la mano. Imagínense lo que tenía que escarbar un escritor de los tiempos pre-Internet. Pensemos en Flaubert y su novela histórica Salambo. ¿Cuántas horas habrá invertido entre las páginas polvorientas de innumerables libros? Sobre todo él, tan perfeccionista como era y dueño de un estilo depurado. Calidad sobre cantidad, era la filosofía del escritor francés.

Ahora, todo está a la distancia de un click. Estoy abocado a la escritura de un libro de cuentos con temática africana. Tengo los argumentos, las ideas en base a cosas que vi o escuché cuando me tocó vivir allí. África es un semillero de historias, cada país es un mundo, hay en cada país numerosas tribus que se unieron bajo una sola bandera. Y cada tribu tiene su manera propia de desencriptar y aprehender la realidad. Mis cuentos relatan hechos que llamaron la atención de mi ojo occidental, de latino tercermundista. Están retratados en ellos los ataúdes de fantasía de Ghana, la creencia en el vudú de Togo, los epifenómenos del genocidio de Ruanda, la funesta extracción del coltán en Congo, la cacería de albinos en Tanzania, entre otros.

Conversaciones escuchadas que activaron en mi cabeza los resortes narrativos. A veces, lo percibido era solo la punta del ovillo. Recuerdo por ejemplo haber oído hablar de una planta cuyas propiedades alucinógenas estaban causando estragos en África Oriental, sólo sabía eso y el nombre del vegetal: khat. Me puse a bucear en Wikipedia y obtuve toda la información, incluso el nombre de los principios activos de la planta. Entré a Google Images, escribí "khat" y llenaron mi pantalla las hojitas verdes. Todo servido para la descripción; todo servido para armar la ficción.

Pero es también difícil escribir porque este es el tiempo de la distracción. Y allí está Facebook con sus tentáculos amistosos y sus cantos de sirena. Está el Twitter y su información telegráfica que brota sin pausa, como un manantial, con la potestad de amarrarlo a uno a la computadora. Youtube, casi como una videoteca de Babel. Y están los diarios online. El celular. El televisor. La radio. Es múltiple la oferta. Todos complotados, todos compitiendo por la atención del escritor, para sacarle el tiempo que podría dedicar a labrar sus textos.

Es entonces cuando el escritor tiene que detenerse en el mediocampo de este maremágnum de información y parar la pelota, hacer la pausa, como dicen los comentaristas deportivos, levantar la cabeza, sacar una rauda cartografía de lo que representa el partido en ese momento y tomar una acción. La acción que debe conducirlo hacia el arco y debe coronarse con un gol como resultado: un cuento terminado, un poema concluido.

Pues lo que hace un escritor, lo que debe hacer un verdadero escritor, es escribir. Su pasaporte no es otro que la calidad de su escritura, al decir de Bolaño. La calidad es el permiso que una obra se concede a sí misma para sobrevivir en el tiempo. La literatura debe abrirse camino entre tanto ruido de fondo. Siempre. Porque finalmente los hombres pasan y son las obras las que quedan. Ars longa, vita brevis.



* Este es el breve texto que escribí y luego lei en mi Iphone ante los alumnos del seminario de narrativa paraguaya contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fue apenas un disparador para la grafiticante charla que sostuvimos luego.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Una entrevista en Buenos Aires

Publicado el 13 de Noviembre de 2011
Por Ivana Romero
Damián Cabrera y Javier Viveros son dos de los nueve autores que integran el volumen. Las narraciones, compuestas luego de la caída de Alfredo Stroessner, tienen la marca de la mixtura lingüística entre el español y el guaraní.
Que un libro dialogue con un lector, es un lugar común. Que un libro se agite en la mochila o la cartera porque pareciera que allí dentro hay mucha gente que habla entre sí de balcón a balcón, como habitantes de una casa tomada por asalto, es menos frecuente. Pero es lo que sucede con Los chongos de Roa Bastos (editada por Santiago Arcos), una antología de narrativa contemporánea de Paraguay que reúne nueve autores, en su mayoría, menores de 40 años; es decir, hijos directos de la larga dictadura de Alfredo Stroessner, entre 1954 y 1989, a quien ellos llaman el “Tiranosaurio”. Pero ni ese mote ni el título del libro –que admite una filiación aunque también, un goce de la clandestinidad– son la única irreverencia de estos muchachos (en la antología sólo se incluye una chica). En esas páginas se entreveran el castellano, el portuñol, el jopara, el guaraní. Crean una lengua nueva que une estos relatos, mucho más que una tradición literaria o una visión del mundo compartida.Es lo que ocurre, por ejemplo, con los textos de Javier Viveros (nacido en Asunción en 1977) y Damián Cabrera (nacido en Asunción en 1984) que, formalmente, son bien distintos entre sí. Estos escritores estuvieron el fin de semana pasado en la presentación de la antología en Villa Ocampo en el marco del ciclo Primavera Independiente junto a Sergio Di Nucci, Nicolás García Recoaro y Alfredo Grieco y Bavio, encargados de la selección de los autores. En “De polvo eres”, escrito por Viveros, el personaje principal dice: “Desde que llegué a Pedro Juan Caballero supe que existían dos repúblicas del Paraguay cohabitando en el atlas, compartiendo la misma geografía pero siendo diametralmente opuestas. Asunción es lo urbano, el cemento, el smog y la miseria. El interior, en cambio, es lo rural, la campiña, el cielo claro y la miseria. Los pueblos del interior portan siempre ese aire cansino, reposado, donde inclusive el perfume virulento de la globalización llega tarde”. Viveros volvió hace un tiempo de una larga estadía en África, donde trabajó como consultor en el área de tecnología de la información. Sobre el territorio que traza Viveros, Cabrera siembra otra geografía, mestiza, provocadora, que no elige un solo registro sino una palabra “trans”, como dice. “Desde es el filtro: Eu sou da tríplice frontera. Yo soy de Minga Guazú, y lo digo como si en ello hubiera algún mérito, como si salir de la orilla para hablar (mi lugar de enunciación) fuese suficiente escudo, che výroitépa”.


–El título del libro alude a un cuento de Cristino Bogado, “El chongo de Roa Bastos”. Si bien estos relatos son muy distintos entre sí, ¿Roa Bastos sigue siendo una referencia?Javier Viveros: –Sí, es un referente porque después de la dictadura pasó a ser ícono de la libertad de expresión de la intelectualidad paraguaya. Además, ganó el Cervantes de manera paralela a la caída de Stroessner. Sin embargo, aunque tiene mucho valor por su visibilidad, no es necesariamente el máximo escritor de nuestro país. Entre los menores de 40, nos estamos sacudiendo su sombra. Damián Cabrera: –Roa Bastos es una referencia compleja. Se siente identificado con la literatura oral guaraní pero él nunca escribió en guaraní, quizás no porque no haya querido sino porque si no perdía posibilidad de que su literatura se publicara a nivel internacional. El Premio Roa Bastos de Novela que organiza Alfaguara, por ejemplo, establece que no se puede escribir en guaraní.–Hace unos años, Pedro Mairal dijo: “Mi generación no tuvo que matar a sus padres literarios porque ya los habían matado o silenciado los militares. Mucha gente nacida alrededor de los ’70 no tuvo padres literarios sino abuelos como Borges, Cortázar, Bioy, Arlt. Y uno con los abuelos no tiene conflictos”. Es decir, cada país tiene sus propias sombras y las dictaduras son un eje común que también atraviesa el panorama cultural.JV: –Te respondo con una cita de Roberto Bolaño, que decía que la gran literatura del siglo XX la escribieron en Argentina. Porque acá están Cortázar, Arlt, Borges. Hay una Buenos Aires creada por la escrituras de estos maestros, mítica, quizás un poco hegemónica en el sentido de que también colonizó nuestro imaginario literario. –¿Y qué sucede con el imaginario político? Tu cuento, Javier, “La chiripa”, relata el atentado contra Anastasio Somoza, exiliado en Paraguay. Y allí aparece un argentino, evidenciando que los procesos represivos tuvieron características propias en cada país aunque compartieron horrores comunes.JV: –Toda literatura es política pero eso no significa que lo político sea el único tema de la literatura. Para ese cuento me leí todas las memorias de Enrique Gorriarán Merlo para escribir, finalmente, apenas dos párrafos. Pero necesitaba esa estructura. Estoy convencido de que hay una forma que le va mejor a cada relato que ninguna otra. No siempre la dictadura del narrador omnisciente que todo lo sabe es lo adecuado, sino que hay una polifonía posible, formas diferentes para que lo que uno quiere contar llegue de la mejor manera. DC: –Nuestro vínculo con la dictadura del Tiranosaurio es ineludible porque fue muy larga. Inclusive hoy hay nostalgias fuertes, no masivas pero cada vez más explícitas. Hace un tiempo salieron unas calcomanías que decían “Era feliz y no lo sabía” y agregaban entre paréntesis 1954-1989. –En el libro hay una mixtura lingüística muy rica. ¿Es, de algún modo, reflejo de hibridaciones sociales?DC: –En verdad, no dejan de ser experimentos literarios. Es decir, en la sociedad las mezclas no son tan amables. Ciudad del Este, donde vivo, no es un paraíso multicultural donde todos viven armónicamente. Hay hostilidades a veces sutiles, hay mezclas posibles y mezclas que no logran llegar a nada. Por ejemplo, hay colectividades inmigrantes que no se relacionan con el resto de la ciudadanía a no ser desde una forma colonial. A las comunidades migrantes en el Alto Paraná, de origen germánico o germano brasileño, se les llama “colonia” y no es agradable para vivir porque hay discriminación. Muchos jóvenes migraron. Antes, a Buenos Aires y ahora, a España. JV: –Yo creo que es falso eso que dice Tolstoi de “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. El ser humano es el mismo en todo lugar pero la cultura determina modos distintos de ver las cosas. Estoy escribiendo cuentos de temas africanos y aun así sigue siendo literatura paraguaya, porque lo hago desde una visión latinoamericana. Es decir, lo lingüístico es una marca que evidencia lo complejo de la relación entre una visión del mundo y la forma de expresarlo.–¿Cómo es la circulación de la literatura paraguaya? En el prólogo del libro se señala la importancia de las editoriales cartoneras (o sea, el paralelo de nuestra Eloísa Cartonera) y de la Web frente a un mercado editorial no muy próspero. DC: -Las cartoneras permiten modos de circulación de textos que de otro modo quedarían en un cajón. Pero son tiradas pequeñas. Cuando murió Roa Bastos, el diario ABC vendió 24 mil ejemplares de Penal el Paraíso que imprimió con forma de suplemento, pero eso fue excepcional. Vender 500 ejemplares es ser best seller. JV: –Paraguay es el país latinoamericano con menor conectividad a Internet. Pero aun así, la Web es un buen lugar para que haya circulación de textos. Yo cuelgo mis libros en pdf en mi blog, y listo. Porque, bueno, no hay muchas librerías en mi país y encima, tienen pocos libros de escritores contemporáneos. Pero en ningún lado las condiciones de circulación son prósperas de entrada para los escritores y eso no tiene por qué desalentarte.

Fuente: http://tiempo.elargentino.com/notas/los-chongos-de-roa-bastos

martes, 8 de noviembre de 2011

Escritura y tradición

"Quien de veras tiene algo que contar no necesita invocar
todo el tiempo una tradición literaria que de
cualquier manera ya forma parte de nuestra sangre".