Soñé que vivía una escena dentro de un templo faraónico. Hablábamos un idioma que era una música. Dialogábamos, todos conversábamos en un concierto orquestal y me encantaba poder entender el lenguaje, sintonizar, ser parte de ese fragmento de la historia egipcia. Estaba pleno y feliz.
Al despertar, resonó todavía en mi cabeza -por un tiempo- aquella música incomparable, lengua maravillosa que pude poseer en un sueño y que la vigilia ha ya borrado irreparablemente.
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