Antes de cargar contra la séptima puerta de Tebas, Polínices se lamentó un instante por el hecho de que todavía no hubieran inventado intercomunicadores ni timbres.
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Desde que vio ese otro rostro en el espejo del baño, empezó a dudar de su singularidad y a emplear invariablemente el plural mayestático.
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Durante la mortuoria pausa previa a su resurrección, Jesucristo aprovechó para leer toda la obra de Virgilio. Flipó con La Eneida. También le pareció que la cuarta égloga profetizaba su llegada, por lo que se prometió preguntar a su padre la razón por la que no estaba ese texto incluido en la Biblia.
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"Hoy es el día de tu muerte", decía el SMS que recibió desde un número desconocido. Escribió una respuesta, pero el paro cardiorrespiratorio se lo llevó antes de que pudiera darle ENVIAR.
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Quiso siempre ser un escritor mainstream. Pero por más que publicó, novela tras novela, jamás pudo dar con una obra maestra. Sin embargo, dos o tres fragmentos suyos sobreviven y lo harán eternamente en las antologías de prosa.
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El tablero electrónico indicaba 40-30; estaba sirviendo para campeonato. Mientras hacía botar excesivamente la pelotita, el tenista serbio pensó por un momento en los mancos y lo duras que debían ser sus vidas. Sirvió: fue un ace.
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Como científico que era, le tocó ir hasta Ñemby a investigar la estatua de la Virgen llorona. La habían colocado en un altar y ya los primeros peregrinos revoloteaban la zona. Tras el análisis, comprobó que eran verdaderamente lágrimas las que fluían. No había engaño. Preparó su informe: solo le llamó la atención que las lágrimas fueran de cocodrilo.
especialmente el #3 (un Cristo lector de Virgilio ! y con un tono levemente borgiano) y el último.
ResponderEliminarthumb up.
Es a Virgilio P. quien tendría que leer el Nazareno :-P
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