Trabajo para una empresa de telecomunicaciones y esta vez me destinan a Chad, junto con un compañero malasio. Yamena, la capital del país africano se construye alrededor de una sola calle principal: todos los comercios y tiendas de alguna magnitud están allí. Es viernes y el gerente comercial, nacido en Chad, dice que será nuestro guía durante el fin de semana. Promete llevarnos a Camerún (la frontera está muy cerca). Le pregunto cómo haremos para conseguir en tan corto tiempo la visa para conocer el país vecino. Una sonrisa enigmática es su respuesta.
El sábado, salimos temprano en un automóvil de la empresa. Al volante está el gerente comercial, que asegura que no hay motivo alguno para la preocupación. Estamos prontos a atravesar la frontera, rumbo a otro país y no llevamos pasaportes ni visa. Yo voy con el temor de aparecer muy pronto en aquel programa de NAT GEO que lleva el poco eufemístico título de "Preso en el extranjero".
Un brazo en alto nos ordena detenernos cuando estamos a punto de entrar a territorio camerunés. El gerente comercial conversa con los militares que nos miran con cara de odio. Se gesta una vertiginosa discusión en una lengua que ignoramos. Las palabras suben de volumen. Súbitamente, el gerente comercial sale del vehículo, abre la cajuela y veo que de allí saca un par de termos con el logo de la empresa. La cara de los militares cambia. Hay ahora sonrisas y se levanta la barrera para que el auto pase.
Idéntica escena se repite poco después, ya en la tierra de Eto'o, pero esta vez el deus ex machina lo constituyen tres camisetas. Nos vamos adentrando cada vez más en Camerún. Vamos a un parque nacional donde hay de todo menos animales. Luego llegamos a un hotel. Cada uno en su habitación. El costo es irrisorio. Esa noche, en un pequeño establecimiento de comida local, cenamos el mejor pescado frito de nuestras vidas. Comemos con las manos, como debe ser.
Llega el domingo y recorremos todavía un poco más. Pasado el mediodía emprendemos el retorno. Y una vez más las barreras que habíamos atravesado antes pero con otros rostros comandándolas, otra vez los dedos que señalan a los dos blancos que ocupan los asientos de atrás del vehículo. Y nuevamente las mochilas, quepis, camisetas y tazas con el logo de la compañía salen a resolver la situación.
Nos acercamos a la frontera y yo mentalmente suplico que el merchandising de la empresa sea suficiente hasta que lleguemos de nuevo a Yamena. Me coloco después los auriculares y busco a Los Rodríguez en mi Ipod. La voz de Calamaro suena en África: Déjame atravesar el viento sin documentos.
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