Cuando pienso en ellos no evoco ni al alado Pegaso de Belerofonte ni al famoso caballo blanco del Mariscal López. Lo primero que me viene a la cabeza es aquel cuento corto de Chéjov titulado "El apellido caballuno", joya de veinticuatro quilates, una de las tantas del genio ruso. Y después, indefectiblemente termino pensando en Nietzsche, quien -raskolnikovianamente- cuando vio los azotes que recibía un caballo en una plaza, increpó al dueño, se abrazó después al cuello del animal y llorando le pidió perdón en nombre de la humanidad. Pienso en ese caballo, que fue testigo del poético acto con el que filósofo alemán se adentraba para siempre en la locura.
clínicas de obra
Hace 3 años
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