lunes, 14 de noviembre de 2011

Escribir en el siglo XXI


Escribir nunca ha sido tan fácil y a la vez tan difícil. Y déjenme tratar de justificar esta afirmación. Escribir en los tiempos que corren es fácil porque tenemos las bases de datos de Google, el memorioso Funes de Borges vive en los servidores de la empresa de California. El aleph está allí, pero con la ventaja de que podemos filtrar las búsquedas, dirigirlas, y de que no es ya imprescindible el decúbito dorsal que recomendaba Carlos Argentino Daneri.

Contamos con Wikipedia, el conocimiento enciclopédico en crecimiento constante al alcance de la mano. Imagínense lo que tenía que escarbar un escritor de los tiempos pre-Internet. Pensemos en Flaubert y su novela histórica Salambo. ¿Cuántas horas habrá invertido entre las páginas polvorientas de innumerables libros? Sobre todo él, tan perfeccionista como era y dueño de un estilo depurado. Calidad sobre cantidad, era la filosofía del escritor francés.

Ahora, todo está a la distancia de un click. Estoy abocado a la escritura de un libro de cuentos con temática africana. Tengo los argumentos, las ideas en base a cosas que vi o escuché cuando me tocó vivir allí. África es un semillero de historias, cada país es un mundo, hay en cada país numerosas tribus que se unieron bajo una sola bandera. Y cada tribu tiene su manera propia de desencriptar y aprehender la realidad. Mis cuentos relatan hechos que llamaron la atención de mi ojo occidental, de latino tercermundista. Están retratados en ellos los ataúdes de fantasía de Ghana, la creencia en el vudú de Togo, los epifenómenos del genocidio de Ruanda, la funesta extracción del coltán en Congo, la cacería de albinos en Tanzania, entre otros.

Conversaciones escuchadas que activaron en mi cabeza los resortes narrativos. A veces, lo percibido era solo la punta del ovillo. Recuerdo por ejemplo haber oído hablar de una planta cuyas propiedades alucinógenas estaban causando estragos en África Oriental, sólo sabía eso y el nombre del vegetal: khat. Me puse a bucear en Wikipedia y obtuve toda la información, incluso el nombre de los principios activos de la planta. Entré a Google Images, escribí "khat" y llenaron mi pantalla las hojitas verdes. Todo servido para la descripción; todo servido para armar la ficción.

Pero es también difícil escribir porque este es el tiempo de la distracción. Y allí está Facebook con sus tentáculos amistosos y sus cantos de sirena. Está el Twitter y su información telegráfica que brota sin pausa, como un manantial, con la potestad de amarrarlo a uno a la computadora. Youtube, casi como una videoteca de Babel. Y están los diarios online. El celular. El televisor. La radio. Es múltiple la oferta. Todos complotados, todos compitiendo por la atención del escritor, para sacarle el tiempo que podría dedicar a labrar sus textos.

Es entonces cuando el escritor tiene que detenerse en el mediocampo de este maremágnum de información y parar la pelota, hacer la pausa, como dicen los comentaristas deportivos, levantar la cabeza, sacar una rauda cartografía de lo que representa el partido en ese momento y tomar una acción. La acción que debe conducirlo hacia el arco y debe coronarse con un gol como resultado: un cuento terminado, un poema concluido.

Pues lo que hace un escritor, lo que debe hacer un verdadero escritor, es escribir. Su pasaporte no es otro que la calidad de su escritura, al decir de Bolaño. La calidad es el permiso que una obra se concede a sí misma para sobrevivir en el tiempo. La literatura debe abrirse camino entre tanto ruido de fondo. Siempre. Porque finalmente los hombres pasan y son las obras las que quedan. Ars longa, vita brevis.



* Este es el breve texto que escribí y luego lei en mi Iphone ante los alumnos del seminario de narrativa paraguaya contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fue apenas un disparador para la grafiticante charla que sostuvimos luego.

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