Fue estando en África que leí en un diario -de logo amarillo y línea periodística ídem-, sobre la demanda por plagio llevada a cabo por la escritora MAUGE contra su colega y compatriota NAGUI. Recuerdo haber quedado primeramente algo sorprendido y bastante interesado en el asunto después. No olvido que me dije que alguien podría escribir, en clave borgeana, un texto con el título que ahora lleva este post. El plagio es bifronte como Jano -aquel dios que es una de las pocas cosas que los romanos no saquearon de la mitología griega-: puede vérselo como un delito y/o como una "poética de los espejos".
Vale aclarar que no soy amigo de los autores en cuestión y que no guardo con ellos otra relación que la coexistencia en el tercer planeta. Y que antes del supuesto plagio no había leído ninguna obra brotada de sus plumas (por descontado doy que ellos tampoco leyeron una sílaba de las mías). Cuando regresé a la patria me las agencié para conseguir ambos títulos y les di lectura. Bien sé que en Paraguay hay una política de "mejor no meterse", porque el hacerlo es tomar partido. También sé que al publicar mi opinión sobre el tema convertiré en odio la tierna indiferencia de una buena parte de mis colegas escritores. Pero uno es como es nomás.
Leí el texto de MAUGE y el de NAGUI. El libro de éste último tiene un sabroso encanto infantil del que el primero carece. La obra de MAUGE semeja más a un texto de historia, con las kilométricas intervenciones del personaje del abuelo. En mi lectura no he encontrado plagio. ¿Puntos de contacto? Sí, los hay, pues el tema tratado es el mismo, se viaja a la misma época, al pasado sólo se viaja con máquinas del tiempo y en los libros de literatura infantil no suelen escasear los niños ni los animales parlantes.
Respecto al título de este post, otra aclaración es necesaria. Es bien cierto que la obra acusada de plagio ni se acerca a lo que es El Quijote, y es también cierto que NAGUI no es Pierre Menard, pero su contraparte sí parece tener mucho, pero mucho, de Carlos Argentino Daneri.
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