miércoles, 25 de septiembre de 2013

En VientoFuerte.com

Una reseña del "Manual de esgrima para elefantes", escrita por Damián Cabrera para VientoFuerte.

Arandurã presentó Manual de esgrima para elefantesdel escritor Javier Viveros. Aquí una reseña de este libro que explora el continente africano al margen del estereotipo.

En la primera imagen está la postal. El espacio extraño aparece velado por imágenes de un paisaje aplastante. El África salvaje, inabarcable. La fauna, y los sangrientos conflictos armados, la hambruna y el SIDA. Toda la atmósfera catastrófica embebida en marrón y verde, en negro y azul. La imagen previa de una población en apariencia homogénea, o cuya heterogeneidad residiría en sutiles, y aun así trágicas, diferencias religiosas e ideológicas.

África tiene algo de eso, seguramente, como también lo debe tener Latinoamérica. Pero lo que la mirada de Occidente ha clausurado –con el filtro, por ejemplo, de la National Geographic o los informes de la UNICEF– es la forma recortada por los estereotipos. Porque África no es una sola.

Es lo que se lee en el libro de Javier Viveros, recientemente editado por Arandurã. Ahí se entrevén los paisajes y los conflictos a los que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación con sus fragmentarios flashes informativos; pero la imagen impecable en HD de los periodistas viajeros es sometida a una torsión que nos arroja un África distinta, y, de súbito, más cercana.

En los trece cuentos que componen el libro persiste una mirada exógena, pero la pretensión etnográfica se diluye. El tono aséptico de las voces en off de los documentales sobre África con los que hemos crecido es desplazado por uno más conocido: el de los paraguayos que viajan a este continente a trabajar para algunas de las cientos de multinacionales que hoy dominan el paisaje africano. Estos narradores paraguayos son los principales, pero por ahí tenemos el irrepetible lunfardo de un porteño enviado de vacaciones, la voz de un militante estadounidense en una radio comunitaria, la mala conciencia de un Hutu en medio de la tormenta de balas y machetes, o los twits, posteos de Facebook o mails de un empleado estadounidense. Son los otros lugares, esas instancias desautorizadas desde las cuales no nos es usual escuchar nombrar ese continente envuelto en un halo de magia amenazante.

Estas multinacionales que se cuentan en el libro tienen injerencias directas e indirectas tanto en disputas entre etnias y facciones políticas así como en los acuerdos para la tolerancia que podrían ser aún más intolerantes. La presentación del libro se realizó el viernes 13 de setiembre en la Biblioteca Nacional. Javier Viveros nos comenta: en las oficinas de las compañías telefónicas, los Tutsi se ven obligados a compartir oficina con los Hutu: una mampara separa a un padre de quien asesinara a su hijo a machetazos. “Cuando los elefantes pelean es la hierba la que sufre”, sentencia uno de sus personajes; y si los elefantes son las multinacionales, las tensiones subterráneas tienen crispados a muchos civiles que acallan su rencor, doblegan su tristeza. Ese es el verdadero trabajo.

Junto al África salvaje hay un África de las oportunidades comerciales. Las disputas de los grandes capitales por el monopolio de la explotación del coltán (columbita tantalita), ese mineral que ha permitido el desarrollo de las pantallas táctiles de nuestros smartphones, han provocado muertes y han servido para financiar regímenes políticos y milicias de diversas facciones.

El libro de Viveros nos arroja un África urbana, y sus contornos. Los nietos de los Stroessner africanos juegan tenis en clubes exclusivos y excluyentes; con sueldos exiguos las familias celebran suntuosos funerales, o pagan  tanto a brujos como los servicios que la tecnología de Occidente ha traído. El África postcolonial de los cuentos de Viveros es también la de los emigrantes que buscan salir a cualquier costo, incluso el de sus propias vidas, de sus respectivos países, para probar suerte en Europa. Nada que podamos llamar muy exótico.

Qué más alteridad que la del continente africano; pero recortado por los estereotipos, se nos devuelve el mismo procedimiento con el que se representa Latinoamérica. En el texto, no todos estos estereotipos se desmontan, pero las historias, y sobre todo sus narradores, actúan como traductores culturales. La representación está traducida.

Uno de mis cuentos favoritos es Ruándicas: En las radios suena la emisión de RTLM que enciende el odio de los Hutu hacia los Tutsi. El periodista de National Geographic reconoce en esa antena de radio los mismos artefactos de violencia que en los medios corporativos de Occidente, pero duda. Hakizimana duda, pero ha sido empujado a una situación límite: No quiere matar, pero no hacerlo implica el deshonor, y quizás la muerte. Fiete recuerda que una matanza de perros sucedió a la masacre humana en Kigali; ama a su perro, pero hay en la mirada de su mascota algo que oscila entre la mirada del amigo y la del enemigo. El líder político no duda, pero, ¿no es la culpa una forma de duda? Su reconocimiento y prestigio internacional, los seminarios y congresos, los hoteles, no pueden con aquello que no se ve, con aquello que es multitud y es pasado. Y reclamo y tristeza. Y absoluto.

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