Era otra noche de viernes en Accra. Yo libaba una cerveza en el bar Champ's mientras veía a mi amigo, el salvadoreño Luis M., despachar rival tras rival en la mesa de billar. Antes habíamos jugado y dio sobradas muestras de su maestría, derrotándome repetidas veces. Una sola vez conseguí doblegarlo.
Se sabe que el billar es -al igual que el cuerpo femenino- la geometría elevada a la categoría de arte. Y de ese arte Luis sabía mucho, tenía demasiada práctica. Habíamos jugado ante público, mucha gente local presenció nuestro enfrentamiento. Luego de haber perdido una vez más, fui a traer unas cervezas y cuando volví encontré a Luis disputando ya un partido con un ghanés.
Ganó con solvencia. El que perdía pagaba la mesa y una cerveza. Ese era el trato. Entró un segundo retador y nuevamente salió con el rabo entre las piernas. Más y más gente se acercaba a presenciar el combate que se libraba en la mesa. Se sucedieron cinco partidos más y fueron cinco botellitas de cerveza las que me pasó Luis para combatir la deshidratación. Él no bebía, estaba concentrado en su gran noche.
Entonces, lo impensado. Se abrió paso un sujeto con camisa de mangas cortas, tomó el taco y en un inglés que tenía mucho de francés desafió a Luis. Dijo ser de Senegal, de Dakar para más señas. Luis me miró perplejo: a su oponente le faltaba el brazo izquierdo.
El juego empezó. Luis rompió y cuando llegó el turno a su oponente ya había dos bolas menos en la mesa. El Manco sujetaba el taco con su brazo derecho, parecía un Don Quijote con su lanza, abarcaba toda la mesa con la mirada, apuntaba y daba un golpe seco, sin dubitaciones, certero. Metió también dos bolas y colocó una de las suyas para que bloqueara un remate que mi amigo había juzgado como "pan comido" para cuando le volviera a tocar el turno.
La batalla prosiguió. Más y más gente se acercó a ver aquel singular combate. A pesar de lo que le faltaba, El Manco jugaba con extremada eficiencia, se notaba la práctica sostenida. Solo le restaba una bola (aparte de la 8), en tanto que a Luis todavía le faltaban dos. Mi amigo estaba pálido, me miró a los ojos como pidiendo ayuda o alguna explicación, ninguna de las dos cosas pude darle. Lo vi sudar y concentrarse todavía más.
Ya El Manco tenía pendiente tan solo la bola número 8 y le tocaba el turno. La cara de Luis era el retrato de la amargura por la inminente y humillante derrota. "Vencido por un manco". Entonces, otra vez, lo impensado. El Manco impulsó el taco con su brazo de bien calibrado barbijo y la bola negra terminó hundiéndose en un hoyo incorrecto. Perdió por error no forzado. El Manco solo sonrió, guiñó enigmáticamente un ojo y estrechó la mano de su rival congratulándolo por la victoria.
Luis entonces dijo "no more games for me" y atacó con sed las pocas botellas que todavía tenían líquido.
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