No hubo llamaradas, fuegos fatuos ni perros sin cabeza mostrándose por su patio en las noches sin luna. Cero comunicación. Tampoco puede decirse que Mbusu lo haya buscado conscientemente. Eso de los tesoros enterrados tiene bases históricas en Paraguay: ante el avance sobre suelo patrio de la infame Triple Alianza, los pobladores -antes de huir- enterraban sus pertenencias en cofres, ollas y cántaros, con la esperanza de regresar y recuperarlos, cuando la guerra no fuera ya más que un recuerdo desagradable. Por ello hay tanta riqueza, tanto mineral trabajado por humanas manos, bajo la tierra paraguaya. Hay quienes los buscan afanosamente; leitmotiv de sus vidas. Se los puede ver con sus detectores de oro en ristre, están allí golpeando la mano o tocando timbres en las casas, mostrando mapas y estudios que aseguran al propietario del local una vida de puro lujo, hay promesas de hasta el setenta por ciento en la distribución.
El caso de Mbusu es distinto. El tesoro vino a él. Sin ser pedido. Sin señal alguna. Regalo matutino. Dios ayuda a quien madruga. Cuando se llenó el pozo ciego, no le quedó otra opción que cabar uno nuevo y fue mientras lo hacía que su pala se estrelló contra el cofre de madera. Monedas, brazaletes y cadenillas de oro de la época del Mariscal López se mostraron ante sus ojos. No es posible negar su felicidad, le sobraban motivos para ello. La venta de lo encontrado le proporcionó una jugosa suma, que depositó de inmediato en su caja de ahorro de la Cooperativa Mbokaja Karë.
Y fue en la noche de ese mismo día que empezaron los movimientos en su casa. Puertas que se abren y cierran solas, el fluorescente y su indecisión entre prenderse o apagarse, manos frías que palpan entre lo obscuro, ruidos inexplicables. Un poltergeist pichado y su presencia multimediática. De haber oído el discurso shakespereano de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César, probablemente Mbusu lo hubiera parafraseado: la avaricia del hombre le sobrevive. Pues era obvio que algunas personas tuvieron en vida tanto apego a sus posesiones materiales, que su avaricia podía pervivir todavía más allá del plano físico. Ese era el caso del tesoro que había heredado contra la voluntad de quien le dió entierro.
Mbusu vendió su casa a un cerrista, incluyendo muebles y "efectos especiales".