martes, 5 de agosto de 2014

Un gran poeta "popular" y "culto"


A la obra poética de Carlos Miguel Jiménez se la encuadra usualmente dentro de la poesía popular, como para diferenciarla de la poesía culta. En este caso, la clasificación es injusta en extremo, porque es la suya una poesía que trasciende largamente el rótulo; su poderoso verso brilla dentro del ámbito de la poesía popular y a la vez resplandece en el de la culta, haciendo palidecer hasta la ictericia a la poesía de los “patos de la aguachirle castellana”.

Entre su producción podemos hallar equilibrados sonetos y poemas muy respetuosos de los preceptos. Es notorio que fue un gran lector de los poetas del Siglo de Oro; solo de esos maestros españoles puede uno aprender de una manera lúcida y lúdica el manejo hasta el virtuosismo de la métrica y la rima. Además, como muchos otros poetas compatriotas, no fue ajeno al influjo del modernismo, máxime en las estructuras estróficas. Para ejemplificar todo esto que decimos, pongamos la lupa sobre su poema titulado "Mi serenata arribeña":

Despierta que a tu puerta / te ruego de rodillas
con lumbre de la cumbre / nocturna de cristal
con una clara luna / que besa tus mejillas
y argenta mi sedienta / visita musical.

En este cuarteto, compuesto de cuatro versos alejandrinos, podemos apreciar que cada verso puede separarse en perfectos heptasílabos, sin recurrir a sinalefas. Se aprecian las rimas clásicas en A-B-A-B y cuenta además con eso tan difícil que es la rima interior, cuando entre palabras componentes del mismo verso se introduce la rima:  despierta/ tu puerta, lumbre/cumbre, etc. Se emplea una combinación de trisílabos y tetrasílabos con rima consonante. En la conocidísima canción "Flor de Pilar" se repite la técnica, pero da ya cabida a las rimas asonantes.

Su dominio de la técnica es absoluto. Y a la amalgama armoniosa de fondo y forma de su poesía se ha sumado la música: llevan su firma algunas de las más excelsas guaranias. Cuando pone letra a una melodía, no es posible hallarlo en falta. No se verá el intérprete forzado a pronunciar una palabra llana como si se tratara de una aguda, ni viceversa: los acentos musicales coinciden perfectamente con los poéticos. Carlos Miguel Jiménez fue un artesano de la palabra que, sin necesidad de recargar su léxico, logró ajustar las piezas para crear objetos verbales destinados a pervivir.

En su arte poética se puede notar también una vuelta a la autonomía de los idiomas: escribió en guaraní y en castellano, sin mezclarlos. Pobló sus composiciones con bellísimos tropos. En su verso lírico y en el combativo hay siempre un factor común: la calidad. Se eleva su verso y no son de cera sus alas.

Carlos Miguel Jiménez se une con plena justicia a esa lista de imprescindibles maestros integrada por Emiliano, Félix Fernández y Teodoro S. Mongelós. Y además “contado entre primeros”, como afirmaba sobre sí mismo un poeta florentino.

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