lunes, 7 de enero de 2013

El fútbol como metonimia de la vida

El fútbol ha sido considerado como una antítesis de la actividad intelectual en muchas ocasiones. Recuerdo a algún preboste cultural español que veía partidos del Real Madrid contra el Barcelona escondido, eliminando la voz de su televisor, en una clandestinidad más aguda que la proporcionada por el régimen dictatorial franquista. Esos defensores de lo “progre” nos decían a los más jóvenes que el balompié era el nuevo opio del pueblo, mientras bramaban contra Borges por sus palabras sobre la dictadura argentina, pero alababan sin pudor su frase de que no existía algo más absurdo que un espectáculo con veintidós corriendo detrás de un balón. Borges siempre ha valido tanto para tirio como para troyano. Era pecado ceñirse la banda de intelectual concienciado de la realidad y disfrutar a la vez de un deporte como espectador o practicante. Pecado mortal intelectual en España, menos en Latinoamérica.

Mientras Benedetti, Vargas Llosa o Augusto Roa Bastos nos deleitaban con relatos de chicos jugando al fútbol, algunos críticos renegaban de la novela El delantero centro fue asesinado al atardecer de Manuel Vázquez Montalbán, uno de los pocos autores españoles que no se escondió ante la censura intelectual y declaró ser seguidor del Barcelona, a cuyo estadio acudía con asiduidad, muchas veces con su amigo el cantautor Juan Manuel Serrat.  La mala memoria les pasó factura con el olvido hasta de poetas comunistas que escribieron sobre fútbol, y ahí está la “Oda a Platko” de Rafael Alberti... o que este deporte era alabado por los escritores de la vanguardia antes de la guerra civil española. Incluso estos pontífices de la intelectualidad olvidaron leer las memorias de Albert Camus mientras alababan su existencialismo en La Peste. No recordaban que había sido guardameta de fútbol en Argel y, menos aún, uno de sus pensamientos más pronunciados hoy en día: “todo lo que sé de la vida, lo aprendí gracias al fútbol”.
La imbricación de lo popular en lo culto en  la sociedad actual ha puesto esta relación entre literatura y fútbol en su lugar. También un pensador puede disfrutar durante dos horas en una cancha. No es un estigma.  Hoy en día proliferan los creadores que han escrito ficción alrededor del fútbol, y se admira incluso a los escritores latinoamericanos que lo hicieron, como si hubieran sido redescubiertos a partir de la antología Cuentos de Fútbol de Jorge Valdano, editada en 1995, donde figura el paraguayo Augusto Roa Bastos con el relato “El crack” que analicé debidamente hace muchos años, mientras algunos de sus exégetas no conocían su existencia. Una antología titulada “Un balón envenenado” con poemas futbolísticos ha sido uno de los libros de poesía más vendidos en 2012. Bienvenida sea esta normalidad porque en el fútbol también se vive y se siente, aunque de otra manera más pasional.
Por atención de Javier Viveros, en mis manos ha caído una antología paraguaya de cuentos  futbolísticos: Punta Karaja. Se trata de un trabajo colectivo de autores en general jóvenes que no esconden su afición, o aunque no la compartan, como se aprecia en alguno de ellos, la entienden y la evalúan como una expresión espectacular de la sociedad. Son once autores, el mismo número que forma una alineación de un equipo de fútbol, algunos más conocidos como Javier Viveros o Rolando Duarte, y otros completamente desconocidos. Variedad que demuestra la amplitud del trabajo, encabezado por un sintético y excelente prólogo de Arsenio Ñamandú, “Pitazo inicial”, autor de la obra El Punta Karaja como una de las bellas artes, por el significado del sintagma en la jerga futbolística, el golpe de pelota enérgico y a su vez el jugarse todo a una sola carta para sumergirse en el vértigo. Acertadísimo título para unos relatos donde los autores arriesgan en sus propuestas. Y aunque sea un juego, es muy original el índice de los relatos en forma de disposición táctica en la pizarra de los once ¿jugadores?
 Los relatos reúnen aspectos más humanos que deportivos. Actualizan al ámbito paraguayo la comprensión de la que hablaba Camus. Es singular la inclusión de mujeres, cuando el universo futbolístico siempre se había caracterizado por su masculinismo, por lo que es extraño encontrar autoras en la ficción balompédica. Llama la atención el relato de Milady Giménez titulado “Offside”, donde se contrapone la idea que hemos expresado en los primeros párrafos sobre la conjunción entre arte y fútbol, con el amor como historia de los protagonistas. La músico y el jugador enamorados pero con dificultades para sincronizar sus aficiones, en un relato que defiende la comprensión como alma de la compenetración entre personas. También es atractivo el relato de Jazmín Rodríguez, “Mi camiseta número 7”, como indagación curiosa en las razones por las que personas tranquilas y sensatas se muestran una pasión extrema al asistir a un partido de fútbol de su equipo, con una escritura en tono ensayístico y racional, lo que contrapone el discurso pausado y medido de la narradora a las acciones dinámicas de sus familiares aficionados. Este relato  es un prodigio de transmisión de las sensaciones que se perciben en un campo de fútbol por parte de quien escruta lo observado. La autora gana un pulso narrativo complicado a un espectáculo que dice desconocer gracias a su perspicacia analítica.
No son relatos, por tanto, al uso. Demuestran que existe una evolución dinámica y vertiginosa del discurso futbolístico de ficción. Se desprovee de la aureola mítica de antaño, fuera el protagonista un héroe o un antihéroe, para tematizarse por sí mismo como expresión de sentimientos. Aún pervive ese relato de argumento más o menos tradicional sobre el ascenso y caída del héroe, como en “Pájaro Campana” de David Sánchez, un cuento con un dramatismo bien medido.  O la historia del enclenque Norberto en “Terreno de juego” de Damián Cabrera, un modelo de antihéroe que llega a ser héroe y más delante de nuevo antihéroe sometido a un proceso de degradación, lo cual lo convierte en metáfora de la vida. Como el protagonista de “La pifiada” de Nico Granada, un breve cuento donde la anécdota se consume en tragedia. Este modelo donde no existe apenas distancia entre el cielo y el infierno, uno de los más habituales en el relato deportivo,  sigue vivo y generando desde su autotransformación con nuevos frutos apetecibles como los de esta obra.
El relato de Javier Viveros es una excelente crónica, partiendo de un club como el Sportivo Luqueño, de la profesionalización del mundo fútbolístico actual. Y evidentemente, la gerencia como empresa de un club de fútbol conlleva la pérdida de su romanticismo, aunque gane en eficacia estructural y en el control de su administración. Pero todo dependerá de que el azar permita la entrada de un balón entre los tres palos de la portería, por lo que la vida no es solo planificación sino también capricho de la fortuna. Así, este relato pertenecería a un modelo sociodeportivo. Sin embargo, en otros de esta antología el fútbol es un marco únicamente donde se desarrolla una historia, y en este caso disparatada y llena de comicidad heredera del mejor absurdo, como en “Putus Versus” de Humberto Bas; magnifico, largo y sorprendente relato con homosexuales en un universo machista como el futbolístico, donde el autor no se ve superado por su audacia formal y temática en ningún momento. Contrasta el detallismo, a  veces puntillista, de “La jugada del crimen” de Juan Heilborn, con la redención y la solidaridad como características del juego, para lo positivo y lo negativo. Éver Román nos demuestra que el fútbol y sus reglas, por sí mismas, pueden generar argumentos de ficción en “Ángulo”, con una llamativa anécdota de origen y cierre sobre si la pelota traspasó la línea de la portería y fue gol… o no. Lo histórico sigue presente también, como en “Área Chica (o Maldonado gana el título)” de Crescencio Pueblo, con un Cerro Porteño, un Libertad y una selección paraguaya en los mundiales de fútbol presentes. También en “El constructor de silencios” de Rolando Duarte Mussi hallamos el relato introspectivo, autobiográfico, de un futbolista ya fallecido que rememora su pasado: más su vida personal que su periplo deportivo, porque la vida, al y al cabo, es puro deporte.
En épocas donde te obligan a creer en vacantes imprevistas como ejemplos de resolución de conflictos de vidas “normales”, uno se siente halagado por obras que no discurran por tópicos o lugares comunes, donde el erotismo tenga sustancia y poesía y no figure como un objeto más de consumo, y la psicología no vaya dirigida a una infantilización colectiva. Te guste o no el fútbol, le encuentres placer sentimental y a veces racional o no a ese absurdo de veintidós personas corriendo detrás de una pelota, como expresara Borges, encontrarás en Punta Karajá una crónica de sentimientos, de emociones, de pasiones y de vidas que nos permiten reflexionar sobre la condición humana. ¿Ven ustedes cómo siempre queda el consuelo de poder encontrar verdadera literatura entre tanto libro comercial al uso empresarial? Eso está muy bien, pero el crítico debe situar en su justo lugar una obra concreta y hallar nuevos valores en las creaciones que se le presentan.
José Vicente Peiró Barco

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