Estoy embarcado en la escritura de un conjunto de cuentos ubicados en la Guerra del Chaco. Ello me
llevó a recorrer las librerías de viejo, en procura de libros sobre ese
conflicto armado. Me sorprendió gratamente ver la gran cantidad de memorias
escritas por ex-combatientes, libros ricos en anécdotas y con descripciones del
mundo por de dentro, la mirada privilegiada de quien estuvo allí, fuente de
primera mano. En la post-guerra, la prosa militar creció en diluvio.
Cuando llegué a tener una veintena de obras sobre el tema, comencé a
darles lectura. Y mi sorpresa aumentó al encontrarme en varios de esos libros
con pasajes impregnados de un impensable don de elocuencia y oratoria. Páginas
habitadas por una prosa excelente y trabajada. Caballeros de las armas y las
letras. Prosa de mayores méritos y quilates que la de algunos escritores
"profesionales" que he leído. Me hizo acordar del astrónomo Carl
Sagan, cuya obra Contacto considero
superior a la de muchos novelistas bien establecidos.
En mi paso por los cuarteles comprobé en los militares su muy
rudimentario uso del idioma. El pobre manejo se traducía en palabras mal
pronunciadas, barbarismos y fagocitación de consonantes fricativas sibilantes.
También detestables anfibologías que no siempre facilitaban el cumplimiento de
una orden. La famosa disyuntiva armas y letras, me decía. Y no olvidé que el
mismísimo Cervantes -escritor y soldado a la par- puesto a emitir juicio falló
en favor de las armas por sobre las letras. Similar camino siguió Quevedo.
Algunos dirán que el escaso dominio militar se debía solo a que se
trataba del lenguaje oral. Pero no. También leí libros actuales y por un tiempo
algunas publicaciones de la esfera
castrense: la prosa de antes gana por goleada. Hay una notoria involución. Eso,
o los grandes escritores de uniforme han decidido no dar trabajo a su pluma,
escudados quizá tras aquella consabida frase de Ortega y Gasset acerca de la
obra más piadosa de estos tiempos.
Me pregunto entonces si la formación académica de los tiempos idos era simplemente
más rica en Humanidades. O si los escritores militares recurrían a ghostwriters avant-la-lettre. O si la
magnitud del conflicto bélico en el que les cupo actuar operó en ellos una suerte de milagro esópico a posteriori. Ignoro la respuesta, pero
en este aspecto particular me resta solo concordar con Manrique en aquello de
que todo tiempo pasado fue mejor.
Pues sí, Javier, creo que en este caso lo todo tiempo pasado, etc., tiene mucho a su favor.
ResponderEliminarPensalo así simplemente: antes había propiamente una formación (recordaràs la famosa formación en el extranjero, Francia y Bélgica, según recuerdo, eran las favoritas; a Bélgica fue Estigarribie, creo; dicho sea de paso, Lino fue a Alemania...), en cambio, a raíz de la militarización de practicamente todos los estratos de la vida paraguaya, que no incluyó formación sino simplemente un salto -cuasi kierkegaardiano-, dejó de interesar la formación propiamente y se primó la estupidez y la obediencia en lo castrense, algo muy común en los fascismos. Efecto del devenir histórico paraguayo: la brutalidad.
Saludos!
La razón te escuda, E.R. Estigarribia estuvo unos tres años en la Escuela de Guerra, en Francia. La otra vez fui al museo del Ministerio de Defensa y está allí su certificado :)
ResponderEliminarLo también cierto es que no ha surgido ni por asomo otro con el talento de Arturo Bray, el loco peleó en la Primera Guerra Mundial, le cupo actuar en Boquerón, hizo traducciones para la editorial Kraft. Un caballero de las letras y las armas. Talento singular el suyo.